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Aterrados

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Comentario de Parashat Ekev, por el rabino Marcelo Polakoff, de la Kehilá de Córdoba, Argentina

No suena muy cuidadoso en principio -lo reconozco- pero una lectura algo desencajada de semejante texto podría dar lugar a una aseveración un tanto errónea. Es que de entrada nomás, e inmediatamente después de haber sido creada la flamante pareja humana, la Torá nos espeta sin anestesia el primer mandato divino: “procrear y multiplicarse”.
Claro está que si nos detenemos allí, no habría nada para criticar, pero si avanzamos un poco más en dicho versículo apreciaremos que a continuación se nos impele a “…llenar la tierra y dominarla…”

El problema no recae justamente en el “llenado” del planeta (aunque la superpoblación no sea un tema secundario); el problema yace en qué significa la dominación.
Si por ella entendemos la expoliación indiscriminada de todos sus recursos naturales y el ilimitado usufructo de los mismos a un corto plazo demoledor e irrestricto que inexorablemente conlleve a la absoluta despreocupación por la sustentabilidad futura, pues entonces, aún cuando de dominación se trate, haríamos mejor en llamarlo “suicidio”.

Sin embargo, los primeros capítulos habitualmente son continuados por los segundos, y es allí –cuando se nos vuelve a relatar la mítica creación humana- que se nos avisa desde el mismo texto de la Torá que Adán y Eva habían sido explícitamente conducidos por Dios al Jardín del Edén para “trabajarlo y cuidarlo” (Génesis 2:15).
No se puede soslayar este versículo si se quiere comprender de qué se trata el vínculo propuesto por aquellos que sostenemos lo divino como eje conciliador entre los humanos y la naturaleza (amén de entre los propios seres humanos). Probablemente se pueda resumir así: toda dominación que no sea acompañada de trabajo y de cuidado irá, indudablemente, minando el jardín que conforma nuestro planeta.

La leyenda judaica lo transmite con una claridad meridiana a partir de una ancestral alegoría que afirma que luego de crear al hombre, Dios mismo le hizo una especie de tour alrededor del Edén y mientras le enseñaba las maravillas que lo integraban, le decía cálida y a la vez severamente, que tuviera sumo cuidado con aquel vergel, porque de arruinarlo, no habría nadie que a futuro pudiera repararlo…
Sabias y elocuentes palabras que resuenan en nuestras conciencias con tanta actualidad que aterra presenciar –a un mismo tiempo- tanta indiferencia al respecto.
Más aún cuando en las dinámicas que solamente priorizan cuestiones de mercado lamentablemente todavía ni siquiera se comprende del todo que incluso, desde un punto de vista netamente económico, esta maximización del cuidado a largo plazo también redunda en beneficios gananciales.

Maimónides, en la otra Córdoba, en el siglo XII ya señalaba con maestría que el año sabático que prescribe la Biblia para que las tierras no se siembren cada siete años no se reducía a una cuestión de “conmiseración y liberalidad hacia los hombres» sino también a que el sentido de ese período de barbecho era facilitar «que la tierra se torne más fértil para fortalecerse con el descanso».

Tampoco es casual que en esta semana de Parashat Ekev, la Torá vincule la producción y la abundancia de la tierra prometida a la observancia de los preceptos divinos, como una premisa holística sencillamente genial: “Por eso, cumplan todos los mandamientos que hoy les mando, para que sean fuertes y puedan cruzar el Jordán y tomar posesión de la tierra, y para que vivan mucho tiempo en esa tierra que Dios juró dar a sus antepasados y a sus descendientes, tierra donde abundan la leche y la miel” (Deuteronomio 11:8-9)
Dominación con trabajo y cuidado sería entonces la fórmula precisa para crecer y multiplicarse. De otro modo, seguiremos aterrados.

¡Shabat Shalom!
Rabino Marcelo Polakoff
Kehilá de Córdoba, Argentina

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