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BENDICIONES

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Comentario de Parashat Vaishlaj, por el rabino Pablo Gabe, de la Kehilá de Córdoba, Argentina

Asistimos a nuestra Parashá, que nos relata un acontecimiento vertebral en la vida de Iaakov. De regreso a su casa, tenía conocimiento que prontamente se encontraría con su hermano Esav. El mismo que había jurado matarlo no bien vuelvan a verse las caras, iba a su encuentro con “cuatrocientos hombres” (Berehsit 32:6). Presa del miedo, divide a su familia en dos y pasa solo la noche. En esa noche, previa al reencuentro con su hermano, Iaakov pelea. Un ángel, un hombre. O quizás el mismo Dios encarnado en una persona. Sea cual sea su contrincante, Iaakov sale triunfante. Herido, pero triunfante. ¿El premio? “Tu nombre no será más Iaakov, sino que serás Israel, porque contendiste con Dios y con los hombres, y has triunfado” (Bereshit 32:28).

Iaakov recibe un nuevo nombre. Uno que denota un triunfo, una victoria. Un crecimiento. Llamarse Israel implica recibir un nombre que será de todo un pueblo. Y basándonos en un episodio similar, uno supone que la suerte de Iaakov, con el cambio de nombre, cambiará positivamente. Sus abuelos Abraham y Sará, reciben cada uno de ellos un nuevo nombre (Bereshit 17: 4-16), y su imposibilidad de tener hijos desaparece por completo, con el embarazo y el posterior nacimiento de Itzjak. Por otra parte, más adelante en la Torá, Moshé enviará doce emisarios a explorar la tierra de Israel. Diez de ellos darán un mensaje pesimista, mientras que solo dos, uno optimista, motivando el ingreso a la tierra prometida. Ieoshúa, quien anteriormente era llamado Oshea, recibe su nuevo nombre, y de acuerdo a nuestros sabios, recibe la bendición de D’s para poder contrarrestar las opiniones negativas con relación a ingresar a la tierra de Israel (Talmud Babilonio, Tratado de Sotá 34b).

Con estos ejemplos, uno esperaría que la suerte de Iaakov (Israel), cambiara radicalmente. Pero no fue así. Su esposa Rajel, en el camino por el desierto, muere al dar a luz al último de sus hijos: Biniamín. Una vez establecido en Shjem, antes de retornar a su casa, su hija Dina es secuestrada por un príncipe de ese poblado. Sus hijos, Shimón y Leví toman una fuerte represalia, causándole un gran disgusto. Una vez establecido en su tierra, es testigo (silencioso en varias oportunidades) del odio que existe entre sus propios hijos, siendo Iosef vendido a Egipto, pero creyendo Iaakov que un animal salvaje lo devoró.

¿Dónde está la suerte de Iaakov? ¿Dónde quedó su bendición? O mejor, ¿el cambio en su vida posterior a la bendición?

Hay una diferencia básica entre Abraham, Ioshúa y Iaakov. Los primeros dos, más allá del cambio de su nombre, enfrentan la adversidad con actitud, con acciones. Ninguno de los dos se quedó esperando que la bendición caiga del cielo. La palabra de Dios, a través del ángel, no es sino una bendición de que debe ser acompañada con aquello que decidimos hacer para cambiar.

Cuantas “bendiciones” tenemos nosotros día a día. Salud, familia, amigos, afectos, un trabajo. No es la bendición que recibimos lo relevante, sino lo que hacemos con ella.

¿Qué haremos nosotros con nuestras bendiciones?

¡Shabat Shalom!
Rabino Pablo Gabe
Kehilá de Córdoba, Argentina

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