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Cuando el odio mata a nuestros propios hijos

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Comentario de Parashat Shmot, por el rabino Pablo Gabe, de la Kehilá de Córdoba, Argentina

Arribamos al inicio del libro de Shemot, traducido como el Éxodo. En él, vamos a conocer el nacimiento del pueblo de Israel. La salida a la libertad, la apertura del mar y la entrega de la ley en el Monte Sinaí, entre otras cosas. Sin embargo, por más que mencionemos episodios que reflejan un esplendor del pueblo de Israel, los inicios no fueron sino sumamente duros y amargos.
Los hijos de Israel se habían instalado en la tierra de Egipto en tiempos de Iosef. Un nuevo rey tomó el poder, desconociendo todo acerca de la historia de los hebreos en aquellas tierras. No solo que ignoraba los acontecimientos sino que además temió de sobremanera sobre el pueblo, siendo éste último tan numeroso, supuso de una posible rebelión. Frente a esta posibilidad, decidió esclavizarlos para mantener el orden en su reinado. Entendiendo al género masculino como el principal problema a controlar, decretó una ley que fue dirigida a las parteras hebreas: “Cuando asistan a las hebreas, deberán mirar qué es lo que nace. Si es varón, deben arrojarlo al Nilo. Si es mujer, deberá vivir” (Shmot 1:16). Sin embargo, contra los pronósticos que se imaginaba el poderoso faraón, las parteras temen a Dios y deciden salvar a los niños hebreos. Frente a esta rebeldía, el faraón critica a las parteras y lanza nuevamente la misma (¿la misma?) orden: “Ordenó el faraón a su pueblo diciendo, todo hijo varón a las aguas deberá ser arrojado y todas las hijas mujeres, habrán de vivir” (Shmot 1:22). ¿Es la misma orden formulada en dos oportunidades? La Torá deja bien en claro la diferencia entre la primera y la segunda. En la primera, solo los niños hebreos deben ser arrojados al Nilo. Mientras que en la segunda, todo varón deberá ser arrojado.
Frente al fracaso de su primera política de exterminio, no pudo contener el odio que lleva dentro y comenzó un espiral de violencia incontrolable. No solo a los hebreos deberían matar, sino incluso a todos los varones, sin importar el pueblo al que pertenecían. El faraón ya estaba en un nivel de odio tan grande que mandó a matar a sus propios hijos.
Siglos después de estos acontecimientos, asistimos a un escenario que si bien es lejano en el tiempo, es cercano en algunos puntos. Muchos jóvenes de nuestro país, son víctimas que se han convertido en victimarios. Son víctimas de un sistema que los ha expulsado, y que a partir de esa situación, se convierten en victimarios de una sociedad que los vuelve a querer expulsar, en lugar de tratar de reincorporarlos. Les cierra las puertas al reingreso a la sociedad. Les niega las facilidades económicas de planes de una plena e íntegra reinserción social y educativa. Hace que su futuro sea una inevitable repetición de un pasado originario, del cual jamás pueden escaparse. Porque se los cosifica y no se les permite hacer otra cosa.
Cuando decidimos “matar” a los diferentes, corremos el riesgo de entrar en una vorágine de violencia que puede acabar con nuestros propios hijos.
Antes de la última plaga, que mató a los primogénitos egipcios, el faraón ya había comenzado su propia matanza.

 

Shabat Shalom!
Rabino Pablo Gabe
Kehilá de Córdoba, Argentina

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