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Cuando los judíos damos vergüenza

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Comentario de Parashat Pinjas, por el rabino Marcelo Polakoff, de la Kehilá de Córdoba, Argentina

Lo digo en plural y a secas, porque cada uno debe hacerse cargo de su parte en la construcción social de nuestra identidad. Y me da mucha pena.
Cuando la semana pasada el dolor punzante por el secuestro y asesinato de tres jóvenes israelíes nos encontraba juntos rezando en la sinagoga en una plegaria especial por sus benditas memorias, ese mismo día llegaban desde Jerusalem las noticias de un muchacho árabe de 16 años quemado vivo en los bosques jerosolimitanos.

La policía y la justicia israelí -que no se amedrentan ni ante presidentes ni ante primeros ministros porque son instituciones serias funcionando en una democracia en serio- no tardaron demasiado en verificar los hechos: seis judíos extremistas ya están detenidos y han confesado la autoría del aberrante crimen.

El dato es incontrastable, y créanme que me atrevo a decir que este asesinato todavía me duele más que el de los tres chicos israelíes. Pero por los victimarios.

Porque constatar que gente que se precia de ser judía, de ser conocedora de la Torá, y de ser garante de la “posesión” de la Tierra Prometida realice semejante atrocidad es sencillamente lastimoso.

Son los herederos perfectos de Pinjás, el fanático justiciero que puebla los párrafos centrales de la Torá muy poco casualemente en esta mismísima semana.

Son los que no esperan ninguna justicia, porque la toman a mano propia.

Son los que leen la Torá en lo más literal y perverso, porque están convencidos de que su interpretación es la única verdadera.

Son los que ven con sospecha cualquier contacto con otros pueblos o religiones porque en el fondo desprecian lo distinto.

Son los que piensan a lo judío desde lo genético y no desde lo cultural.

Hay que tener mucho cuidado con estos muchachos, porque su discurso -a veces meloso y a veces virtuoso- tarde o temprano termina inexorablemente en violencia. Y la víctima puede ser tanto un pobre chico árabe de 16 años cuanto Itzkaj Rabin.

A Pinjás se le otorgó en la Torá un pacto de paz y el sacerdocio eterno por haber sido celoso ante el Creador, deteniendo con un doble asesinato una especie de perversión moral que había ganado a la mayoría del pueblo al final de su viaje por el desierto. Un tema controvertido, por supuesto. Y sin embargo, es una pena que aquellos que creen sostener a pie juntillas el texto de la Torá no se fijen cuándo fue que Pinjas se hizo acreedor a su premio. Eso ya no aparece en la Torá, sino un poquito después, en el libro de Ioshúa, cuando Pinjas es nuevamente convocado para matar pero esta vez antes de hacerlo dialoga, pregunta, espera y entiende -y obviamente no mata-.

En estos tiempos de tanta violencia es justamente cuando se incrementa aún más la obligación que siempre tenemos de cuidar el mensaje de nuestra tradición para que esté solamente ligada a la justicia, al diálogo y a la paz, y nunca esté ni siquiera cerca de lo violento, lo vengativo, lo cruel y lo aberrante.

Es muy doloroso cuando somos parte de las víctimas.

Es todavía más vergonzoso cuando somos parte de los victimarios.

¡Shabat Shalom!
Rabino Marcelo Polakoff
Kehilá de Córdoba, Argentina

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