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DESPERTANDO DEL ABORTO

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Comentario de Parashat Mishpatim, por el rabino Marcelo Polakoff, de la Kehilá de Córdoba, Argentina

Si conocieras a una mujer enferma de sífilis que está embarazada y que ya tiene ocho hijos -tres de los cuales son sordos, dos son ciegos y uno es retrasado mental-, ¿le recomendarías que se sometiera a un aborto? Espero que a quien responda en forma positiva no le guste la música clásica, porque acaba de terminar con la posible vida de Ludwig van Beethoven.

Es llamativo que no se insista lo suficiente en el origen del vocablo aborto. Si vamos al latín, tendremos aboriri como la acción opuesta a dar vida, a dar origen; pero si retrocedemos hasta el hebreo, consideraremos al aborto como lo opuesto de orer , vale decir, el impedir que alguien despierte.

Más allá de la etimología, ¿la ley está a favor de la elección de la mujer o se opone a la despenalización del aborto?

El judaísmo no considera que el aborto constituya jurídica o filosóficamente un asesinato en todos los términos (recalco «en todos los términos»), aunque es evidente que ni lo favorece ni, en principio, lo permite. Este concepto surge a partir de 2 versículos de nuestra porción semanal (Éxodo 21:22-23), y es la única mención directa de toda la Torá con respecto a un caso de aborto.

De igual forma, quienes se ubican inexorablemente de ese lado del mostrador ponen toda su carga dialéctica y valorativa en el «niño por nacer», lo que deja bastante de lado la preocupación por la madre, algo que la tradición judía coloca en el sentido inverso (la prioridad, tanto en el pensamiento cuanto en la ley y en la acción, reposa sobre la madre).

Sin embargo, los rabinos también tenemos serias divergencias con los que otorgan a la madre libertad prácticamente absoluta para decidir acerca del aquí denominado «feto», considerado cual si fuera una parte más del cuerpo materno.

No es así desde el punto de vista de la ley judía ni de los valores que la sustentan, que aprecian en ese ser lo que se denomina safek jaim , «vida en potencia» (literalmente, vida dudosa), que aun con las diferencias del caso con un bebé recién nacido, también tiene su existencia y sus derechos.

En este sentido, la casi desproporcionada relevancia que le adscriben a la madre quienes se apoyan en la libertad de elección, no es para nada bien vista por la tradición judía, que también coloca el peso vital necesario en el ser que se está formando dentro del útero.

Digamos entonces, en términos muy generales, que el aborto está prohibido, salvo en los casos en que peligre la salud de la madre, situación en la que el aborto ni siquiera se considera permitido sino totalmente obligatorio.

La posibilidad de incluir en la categoría del peligro de la salud materna no sólo lo físico sino lo que podríamos calificar como «daño psicológico» (por ejemplo, en casos de violación o de certezas médicas que establecen una sobrevida imposible del bebé para después del parto), entra dentro de las consideraciones específicas de cada caso. Es en este terreno en el que es imposible generalizar y en el que los sabios y los tribunales rabínicos a lo largo de todos los siglos han dado, y siguen dando, dictámenes que cubren una amplísima gama de posibilidades.

¿Qué hacer, entonces, ante estos dilemas?

Acompañar con amor, legislar con responsabilidad, volver a atar el sexo a lo vital y el placer al cuidado, pensar no sólo en el corto plazo, saber escuchar, buscar la ayuda adecuada y aprender a decidir. Aprender a decidir bien orientados. Para que en cada decisión se pueda renacer. Para que en cada decisión se pueda despertar.

Menos mal que podemos amanecer con Beethoven.

¡Shabat Shalom!
Rabino Marcelo Polakoff
Kehilá de Córdoba, Argentina

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