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Iosef, Jánuca, cirugías y el espíritu macabeo

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Comentario de Parashat Miketz, por el rabino Marcelo Polakoff, de la Kehilá de Córdoba, Argentina

Winston Churchill postuló en su libro «History of the Second World War»: “Más allá de la judía y la griega, ninguna otra civilización ha puesto semejante sello sobre el mundo. Cada una de ellas, desde ángulos tan distintos, nos ha dejado la herencia de su genialidad y su sabiduría. No hay para la humanidad ciudades más relevantes que Atenas y Jerusalem. Sus mensajes en la religión, la filosofía y el arte han sido la luz principal que ha guiado a la fe y a la cultura moderna. Personalmente, siempre he estado al lado de ambas…”

Es evidente que hace 2200 años el rey sirio-helénico Antíoco (a quien en cierta forma le debemos la fiesta de Janucá) no buscaba destruir al pueblo judío. Lo que pretendía era borrar el judaísmo del mapa. Pero he aquí que se topó con los macabeos, que no tenían otro objetivo más que el cumplir con la Torá.

Y justamente allí, ya estaba escrito el origen de esta contienda.

Vayamos al capítulo 9 del Génesis, y encontrémonos con Noé, el nuevo padre de la humanidad. ¿Cuántos hijos tuvo? Tres: Shem, Jam y Iafet, y de ellos descendieron todos los pueblos de la tierra. De lo que cada uno representa.

Shem significa “nombre”, y denota lo esencial, la sabiduría, el espíritu. De aquí provino Abraham y el pueblo de Israel.
Jam es “calor” y simboliza lo físico, lo instintivo y más primitivo del ser humano. El linaje canaaneo.
Y Iafet es “belleza”, la base del arte, la ciencia, el deporte, la estética. El padre de Iavan, que en hebreo significa “Grecia”.
¿Quién predominó? ¿Cuál es la civilización que nos ha forjado como humanos? Por cierto Jam no, y a pesar de que a veces de presente con su rostro más cruel, la bestialidad humana ha sido en cierta forma controlada, reprimida o como dicen los psi “sublimada” hacia alguna dirección. O para el lado de Atenas, o para Jerusalem. Para Iafet o para Shem. Hacia el Olimpo o hacia el Sinaí.

Noé estaba atento a lo que sucedería, y lo bendijo a Iafet  diciéndole: “Que Dios engrandezca a Iafet, pero que more en las tiendas de Shem”. Porque si la belleza no se encuentra al servicio del espíritu, mora con Jam, y se convierte en la cuna de la forma y en la exacerbación de lo externo, de lo superficial, del envoltorio. Y se torna en narcisista y se corrompe. En las olimpíadas de atletas que participaban desnudos, ofrendando sus cuerpos a los dioses del Olimpo. En los “vomitoriums”, los famosos banquetes griegos donde se comía hasta el hartzago. En las desenfrendas orgías idolátricas que se entremezclaban con discusiones filosóficas. En la tecnología al servicio exclusivo de ella misma.

Los macabeos no estaban en contra de la belleza ni de lo físico. Porque esto no se contradice con la espiritualidad. Pero no permitirían que la avasallara. Sin embargo, hubo muchísimos de nuestros hermanos judíos que se dejaron tentar por las sensuales voces de las sirenas helénicas y que corrieron a hacerse socios de los gimnasios que se habían establecido dentro del Templo de Jerusalem, y tampoco se detuvieron allí. Hasta se pudo de moda la cirugía estética para ocultar el brit milá, la circuncisión, y así poder pertenecer al patrón físico helénicamente aceptable.

Cualquier similitud con prácticas y costumbres de nuestra época, no es nada casual…

Es además interesante este punto pues esta semana, en la porción Miketz de la Torá, leemos como Iosef es recordado por un ex compañero de prisión (el jefe de los coperos) como aquel que podía interpretar los sueños de manera única y sabia, y gracias a ello es llamado por el Faraón de Egipto para dilucidar su famoso sueño de las siete vacas flacas y las siete vacas gordas, y finalmente terminar siendo nombrado como vice faraón de la potencia mundial de aquellos tiempos.

El dato curioso y más relevante es que su compañero de celda lo recuerda no por su nombre, sino por su condición judía. Lo llama “un joven hebreo”.

Y esta capacidad de sostener su identidad aún en lo más bajo, en minoría absoluta y en condiciones donde tal vez sería más conveniente adoptar otra identidad o al menos simularla, es uno de los misterios por los cuáles nuestros sabios justifican su vocación de crecimiento y su denominación como “Iosef Hatzadik”, es decir “Iosef, el Justo”.

No hacen falta cirugías para integrarse a la sociedad, hace falta fortalecerse en lo diverso y lo particular sin desmembrarse en lo masivo.

Hace falta un poco del espíritu macabeo, que sin dudas ya se hallaba germinando en Iosef.

Ojalá también lo encontremos en todos y cada uno de nosotros.

 Shabat Shalom!
Rabino Marcelo Polakoff
Kehilá de Córdoba, Argentina

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