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Iremos

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Comentario de la Parashá semanal, por el rabino Marcelo Polakoff, de la Kehilá de Córdoba, Argentina

“Volvió a sus hermanos y les dijo: ¡El joven ha desaparecido! Y yo, ¿a dónde iré?”
Génesis 37:30

El contexto de este versículo –que hace 10 años propuse para que encabezara el monumento a los desaparecidos de la comunidad judía de Córdoba– es abrumador.

El que habla es Rubén, el mayor de los 12 hijos del patriarca Jacob. Busca respuesta a dos interrogantes que, en ese momento supone, jamás hallará: el paradero de su joven hermano y, en consecuencia, el suyo propio. (¿Quién podría acaso terminar de encontrarse si no halla a su prójimo?)

El problema era Iosef (José), el que a ojos de Rubén había desaparecido. Siempre el problema es el otro. Iosef soñaba. Y, para colmo, relataba sus sueños.

“Cuando sus hermanos lo vieron desde lejos… actuaron engañosamente contra él para matarle. Se dijeron: ¡Ahí viene el de los sueños! Ahora, pues… matémoslo y echémoslo en una cisterna. Diremos que alguna mala fiera lo devoró. ¡Veamos dónde van a parar sus sueños!”. ¿Será ese ver desde tan lejos el lugar donde se desdibuja el rostro humano, donde pierde la cualidad de lo fraternal que hasta ese instante lo definía por esencia?

“Ahí viene el de los sueños”, preanuncia con bronca el texto, antes de intercalar la metodología asesina con la consecuente patraña ideada a fin de cubrir tantos huecos, sótanos o pozos…

“Veamos dónde van a parar…”, dicen, como si los sueños se frenaran, como si su marcha ya no fuese independiente aun de aquellos que los soñaron.

Iosef termina en el pozo y después es vendido como esclavo a los mercaderes de paso. Rubén mira el hueco vacío y, volviendo a sus hermanos, exclama: “¡El joven ha desaparecido! Y yo, ¿adónde iré?”.

Hasta aquí la historia del Génesis, que en esta instancia tendrá un final feliz. Veinte años después, Rubén encontrará a su hermano como virrey de Egipto y resolverá sus dudas. Ya no habrá desaparición y sabrá hacia dónde ir, al igual que toda su familia. Si estas líneas fueron aquí plasmadas es porque estamos recordando que hace 40 años comenzó en nuestro país un capítulo nefasto de un texto que todavía no tiene su punto final, aunque algunos quisieran.

¡Qué capacidad la del humano para tornarse tan inhumano! ¡Qué inmundicia moral tildarse de “derechos y humanos” los que, en nombre del Estado, dejaron sin lustre semejantes vocablos!

“Jacob rasgó sus vestiduras… y guardó duelo por su hijo muchos días”. ¿Cuántos? Muchos. La misma cantidad informe de días de tantas familias habitadas por un duelo que rechazaba ser tal, a partir de la ausencia de una certeza que a la vez se hacía y no se quería final.

Años de búsquedas, de contactos, de exilios, de apariciones en sueños y en vigilias. Años de marchas y contramarchas. Años de pañuelos, también blancos y en las cabezas.

Luces y sombras se intercalaban como en un caleidoscopio infame. Años de democracia y de juicio a las juntas. Años de obediencia debida, de punto final y de indulto. Una ecuación macabra, digna de una sociedad que lamentablemente aún no comprendió a fondo la idea de nación, sabiendo a la verdad y a la justicia como valores imprescindibles para forjar un proyecto de futuro.

Es una mitzvá , un precepto, saber adónde iremos.


¡Shabat Shalom!
Rabino Marcelo Polakoff
Kehilá de Córdoba, Argentina

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