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“Oficitor” y “oposialista”

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Comentario de Parashat Jaiei Sará, por el rabino Marcelo Polakoff, de la Kehilá de Córdoba, Argentina
Esta semana la Torá, entre sus párrafos, nos relata la muerte de nuestro patriarca Abraham, quien es enterrado junto a su esposa Sara en un lugar denominado «Mearat Hamajpelá», en Hebrón.
Dos datos no menores de este hecho quiero destacar. Por un lado, que la Torá remarca que sus dos hijos, Ishmael e Itzjak, son quienes le dan sepultura. Algo fantástico, ya que es la única vez que vuelven a estar juntos después de una separación un tanto violenta. Por otro, el lugar elegido que sigue siendo hasta hoy un territorio en disputa entre israelíes y palestinos, a un costo de varias muertes.
Cuando esta semana publiqué en La Voz del Interior este artículo sobre los peligros de los extremismos, me di cuenta que la parashá, la porción semanal de la Torá, de otro modo, también versaba sobre el mismo tema.
Hermanos que exasperan sus vínculos y que lamentablemente se separan, solo para volver a verse en el entierro de su padre.
Pueblos que lamentablemente van alejándose cada vez más, dándole lugar a los mensajes más fanáticos que son los que van evitando nuevos reencuentros.
En ese contexto, vayan estas palabras sobre el hoy, aquí y ahora, sin dejar de referirnos a la Tora, que como bien dicen nuestros sabios. «Maasé Avot Simán Labanim», es decir que los hechos que le sucedieron a nuestros patriarcas, son una señal para todos nosotros, sus descendientes.
Ya estoy harto de las grietas. Y no me refiero a las que la humedad produce en mi casa. No hay día en que no escuchemos en tal o cual medio de comunicación algo acerca de la tan mentada “grieta” que inexorablemente se ha inmiscuido en nuestra bendita existencia desde hace algunos años.
A pocas jornadas del balotaje, y sin embanderarme con ningún sector, no quiero dejar pasar la ocasión de afirmar que lo más sano –sólo a mi entender y a lo que yo entiendo de la tradición judía– es la moderación, la mesura más llana.
Seamos honestos, ¡por favor! No estamos en el mejor de los mundos, mal que les pese a los kirchneristas más extremos. No tenemos menos pobres que Alemania, ni Argentina es el paraíso en la Tierra, donde la gente logró la máxima ampliación de sus derechos, ni entramos de lleno en la era espacial, ni los derechos humanos son la panacea cotidiana…
Mal que les pese a los antikirchneristas más radicalizados, tampoco estamos en el infierno. Argentina no es el reino supremo del narcotráfico, ni tampoco vivimos embarrados en una ciénaga de violencia extrema, ni tenemos los índices más bajos de nivel educativo, ni la gente se muere de hambre y de epidemias. Tampoco es así la realidad.
Hace rato que sostengo que lo ideal es ser “oficitor”. En todo caso, “oposialista”. Lo que suene mejor. Un poco de cada cosa, equilibrado.
Me da la sensación de que los oficialistas a ultranza hacen tanto daño como los más acérrimos opositores. En ambos casos se abandona la idea de sociedad. ¿Por qué? Porque en vez de pensar al que está en el lado contrario como un adversario político, se lo califica de “enemigo” o “antipatria”, con el que no hay nada en común. El concepto de “sociedad” se diluye porque el otro ya no es más mi “socio”. Un desastre.
Postulo un poquito de tibieza. No hace falta la frialdad agónica del no meterse en nada, pero tampoco un ardor excesivo por la causa, lo que inevitablemente termina abrasando, pero no con “z”, sino con “s” de “brasa”.
Tal vez ese rol exasperado les quepa bien a los militantes –bienvenido sea–, siempre que no se descalifique al que participa en la fuerza política de enfrente. El resto de los mortales busquemos más por el lado de la circunspección, por los andenes de la mesura.
En el Talmud, un libro de 63 tomos que es un compendio de siglos de discusiones, la disputa por excelencia es la que sostenían las escuelas de los sabios Hilel y Shamai. En uno de sus debates más acalorados, ambas corrientes perseveraron en el disenso durante tres años, hasta que se definió que sendas opiniones eran válidas.
Sin embargo, en cuestiones de ley prevaleció casi siempre la postura de Hilel. ¿Por qué? El mismo texto lo responde: “Porque eran más flexibles y más humildes, y analizaban también la opinión de su adversario”.
No es poca enseñanza para estas horas.
Ni todo está tan bien ni todo está tan mal. Nos hacen falta menos opositores y menos oficialistas. Precisamos más “oficitores” y más “oposialistas”. Menos brasas y más abrazos.
¡Shabat Shalom!
Rabino Marcelo Polakoff
Kehilá de Córdoba, Argentina

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