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OPTIMISMO Y TIERRA PROMETIDA

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Comentario de Parashat Shelaj Lejá, por el rabino Marcelo Polakoff, de la Kehilá de Córdoba, Argentina

La Torá una vez más nos relata esta semana la historia de los “meraglim”, de los espías.

Recordémosla: Moshé envía a doce espías a que analicen la tierra de Israel, que estaban prestos a conquistar.

Debían observar a sus habitantes, ver si eran poderosos o no, cómo vivían, y si la tierra era fértil o yerma.

Los doce espías -uno por cada tribu- regresaron y trajeron sus conclusiones. Todos habían visto lo mismo.

Pero en la presentación de sus datos, diez de ellos fueron muy pesimistas, y concluyeron que era imposible conquistar esa tierra, aún después de haber comprobado en persona el poder del Dios de Israel que los había sacado de Egipto con tantas maravillas y portentos.

Sólo dos de ellos creyeron el desafío posible: Ioshúa y Caleb.

El texto de la Torá nos precisa que antes de que partieran, el nombre verdadero de Ioshúa era Hoshea, y que previendo lo que iba a suceder, Moshé le cambió su nombre por el de Ioshúa, agregándole entonces dos letras con las que comienza el nombre inefable, el nombre de Dios. De esta manera, Ioshúa iba a estar protegido de las calumnias que informaría el resto de sus compañeros.

¿Por qué entonces no cambió también el nombre de Caleb?

Nuestros jajamim, nuestros sabios, nos cuentan que Caleb era el esposo de Miriam, la hermana de Moshé. Y Miriam era una profetisa. De acuerdo a la Torá gracias a ella, Moshé había sido protegido mientras su pequeño cuerpo de bebé de tres meses recorría el Nilo en una frágil canastita.

Y también gracias a ella, el pueblo de Israel había conseguido agua en su travesía por el desierto, sin la cual no hubieran subsistido ni siquiera una semana.

Teniendo una mujer así, afirman nuestros sabios, ni siquiera hacía falta un cambio de nombre.

Ambos, Ioshúa y Caleb, serán los únicos de la generación de los mayores que salieron de Egipto, que podrán entrar a la Tierra Prometida.

Tal vez el optimismo no ingenuo, sino aquel que se basa en la fe en lo divino y en la capacidad humana de afrontar aquello que parece a primera vista imposible, es lo que hizo que ellos avancen allende el desierto.

La ayuda divina (como el cambio de nombre de Ioshua) y la asistencia humana (con la esposa de Caleb) se constituyen entonces en dos pilares para reforzar nuestro optimismo, que muchas veces por no ser convocado a tiempo, nos deja fuera de esa tierra promisoria.

¿Quién sabe? ¿El hallazgo de esa tierra no será acaso una mera cuestión de actitud, más que geográfica?

¡Shabat Shalom!
Rabino Marcelo Polakoff
Kehilá de Córdoba, Argentina

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