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Parashat Tetzavé: Encendiendo antorchas

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Comentario de Parashat Tetzavé, por el rabino Gabriel Pristzker, de la Kehilá de Córdoba, Argentina

Al comienzo de Parashat Tetzavé, que leemos esta semana, estudiamos acerca de algunas de las disposiciones respecto de la Menorá impartidas por Dios a Moshé: qué aceite era apto para encender cada luminaria, dónde debía ser colocada, quiénes debían encargarse de esta tarea sagrada, el tiempo en que debía permanecer encendida cada luz, y finalmente, el concepto de que era esta “una ley eterna, para todas las generaciones de los Hijos de Israel” (Éxodo 27, 21).

Les propongo la lectura de este relato, que me llegara de manera anónima ya hace un tiempo atrás, donde se cruzan los conceptos de encender antorchas y pasarlas a las generaciones por venir.

Tengan todos un Shabat de paz, de bendición y de luz.

¿Hay un período mágico cuando los hijos se hacen responsables por sus propias acciones? ¿Existe un momento maravilloso, cuando los padres nos convertimos sólo en espectadores, en la vida de nuestros hijos, nos alzamos de hombros y decimos:

¿” Cuándo pararé de preocuparme”? “¿Es la vida de ellos”, sin sentir nada?

Cuando tenía 25 años, estaba en el pasillo de un hospital esperando a que los doctores pusieran unos puntos en la cabeza de mi hijo y pregunté: ¿” Cuándo pararé de preocuparme”?

La enfermera dijo:

¡Cuando salgan de la etapa de accidentes!

Mi mamá apenas sonrió y no dijo nada.

Cuando tenía 35 años, me senté en una pequeña silla en la clase y escuchaba como uno de mis hijos hablaba incesantemente interrumpiendo la clase y moviéndose continuamente.

Casi como que me hubiera leído la mente, la maestra me dijo:

¡”No se preocupe, todos ellos pasan por esta etapa y luego usted, podrá sentarse tranquila…a relajarse y disfrutarlos”!

Mi mamá apenas sonrió y no dijo nada.

Cuando contaba con 45 años, me pasaba la vida esperando que el teléfono sonara…

que los autos llegaran a casa…

que la puerta de la casa se abriera.

Una amiga me dijo: ¡No te preocupes, en unos años vas a poder dejar de preocuparte! Ellos ya serán adultos”.

Mi mamá apenas sonrió y no dijo nada.

Ya en mis 50 y tantos años, estaba cansada y harta de ser vulnerable.

Todavía me estaba preocupando por mis hijos, pero también ya se notaba una arruga nueva en mi frente, aunque no podía hacer nada acerca de ello…

Mi mamá apenas sonrió y no dijo nada.

Yo continué angustiándome con sus fracasos, apenándome con sus tristezas y absorbida en sus decepciones.

Mis amigos me decían que cuando mis hijos se casaran yo iba a poder dejar de preocuparme y llevar mi propia vida.

Yo quería creerles, pero me asaltaba el recuerdo de la cálida sonrisa de mi mamá y su ocasional: “¿Luces pálida hija, estás bien? ¿Estás deprimida por algo?

¿Puede ser que los padres estemos sentenciados a una vida de preocupaciones? ¿Es que la preocupación por nuestros hijos se entrega como una antorcha de unos a otros, para que arda en el camino de las fragilidades humanas y el miedo a lo desconocido?

¿Es la preocupación una maldición, o es una virtud que nos eleva a lo más alto de la vida humana?

Un día, uno de mis hijos se irritó conmigo. Me dijo: ¿Dónde estabas? ¡Desde ayer te estoy llamando y nadie me respondía! ¡Estaba muy preocupado!

Y yo solo me sonreí y no dije nada.

¡La antorcha había sido entregada!

¡Shabat Shalom!
Rabino Gabriel Pristzker
Kehilá de Córdoba, Argentina

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