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PERSONAJES DE NUESTRA HISTORIA. HOY: SALO WAINSZTEIN

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A través de algunas entrevistas, recorreremos los pasos e historias de diferentes integrantes de nuestra comunidad que tienen mucho para contarnos. En la primera entrega de este ciclo, les presentamos a Salo Wainsztein, un miembro de la Kehilá de Córdoba que asentó sus huellas con grandes pasos…

¿Por dónde comenzarías para describir tu historia en nuestra Kehilá?

“Tal vez no tenga que ver con mi propia trayectoria, sino con la herencia recibida por parte de mis padres, Bernardo Wainsztein (z´l) e Inés Cweibel de Wainsztein (z´l). Mi papá fue el primer inspector que tuvo el Colegio Israelita, hasta la oficialización de la escuela, estamos hablando de la primaria recién fundada; fue un askán comunitario, hablaba Idish, leía la Torá, cuestiones habituales para esa época. Para los hombres de aquel momento, era todo un honor. Mi mamá llegó a ser Presidenta de OSFA-WIZO. Yo fui al colegio desde jardín de infantes hasta sexto año, soy de la segunda promoción del secundario, mis hijos también fueron al San Martín, y ahora lo hacen dos de mis nietos. Tengo actualmente a mis hermanas en Israel, mis padres hicieron aliá y fallecieron allá.”

¿Cómo se vivía el judaísmo en esa infancia en tu hogar?

“Para que te des una idea, mi papá me preparó a mí para mi Bar Mitzvá. Yo iba al Templo de Boulevard Mitre en esa época, y era un período en que no se discutía si uno quería ir o no; era ir y punto, a sentarse en silencio. Yo te diría que habló mejor el Idish que el hebreo, porque en mi casa se hablaba Idish. Hicimos la fiesta de mi Bar Mitzvá en el Centro Unión, y allí también se casó mi hermana. Mi papá era una persona de peso en la comunidad, llegó a ser Vice-Presidente del Centro Unión Israelita, y ostenta la anécdota de ser el único que rompió el vidrio de la mesa del directorio, por pegar una trompada con su anillo en una reunión de grandes discusiones; en ese momento el Presidente era el Dr. Gorishnick (z´l), y a la hora de dirimir la llegada de Leo Fisher, el jazán, en el fragor de la discusión, mi papá quebró la base de la mesa. No obstante eso, eran todos muy amigos, recuerdo nombres como Blejer, Yablonka, Glaser, Rosencovich, Izikson. No importaba si estaban o no en la comisión, todos participaban.”

¿Alguna anécdota que recuerdes y puedas contarnos?

“Creo que figura en el libro del Centenario, mi papá fue uno de los fundadores del Templo Beit Israel y del Jalalei Tzahal, y por ejemplo, la araña que está ubicada en la parte superior del templo, fue comprada entre 10 personalidades de la comunidad, entre ellos mi padre. Era una araña del Club Social de Córdoba, y cuando cerró y se remató, ellos la compraron para traerla a la sinagoga. También recuerdo cómo mi padre participó con el aporte para la construcción de los asientos del templo, uno de los cuales, felizmente, lleva su nombre hasta el día de hoy; un dia alguien me dijo “vení que quiero mostrarte algo”, y me llevó con él para decirme “mirá, tengo el orgullo de estar sentado en el banco de tu papá”; son cuestiones muy emotivas que sentimos mucho los que actualmente seguimos viniendo al templo.”

¿Y cómo fue tu propio andar en la Kehilá?

“Transité todos los caminos del judaísmo, pasé por la escuela, tuve grandes maestros que recuerdo con muchísimo cariño, como la Señora Bronstein, que fue maestra y Vice-Directora del colegio. Gracias a ellos, nosotros adquirimos no sólo la cultura judaica, sino también el idioma hebreo. Morim como el Moré Aron, David, Tzipora, Tita Yafe fue nuestra madre, nuestra celadora, y a todos les debo un enorme recuerdo. Recuerdo al Dr. Pompas, que nos enseñó cosas maravillosas. Teníamos un gran respeto por los profesores. En esa época, y algo que quiero destacar y recordar, es a uno de los rectores que tuvo el colegio, el Dr. Azulay, que fue, más que rector, un maestro de la vida; él fue quien inició los trámites para traer a Córdoba la Universidad Hebrea de Ierushalaim, trámites que lamentablemente quedaron truncos. A mí me marcó un rumbo.”

Y ese rumbo, ¿Cómo continuó?

“Tuvo muchas aristas, recuerdo la conformación de un centro propio en las instalaciones del Círculo Sefaradí de Córdoba, donde nos reuníamos entre los propios compañeros del colegio, que queríamos tener un ámbito de encuentros, charlas con morim, actividades con madrijim. Llegamos a tener 450 janijim un sábado a la tarde. Fue un centro sionista muy grande, más grande que Macabi y Noar Sioni en ese momento. Hacíamos festivales, recuerdo que yo fui moré de rikudim, y hacíamos las peulot donde podíamos, sin tanto espacio, pero con muchas ganas. Hasta que conseguimos que una Comisión Directiva nos designara una biblioteca, y luego nos construyeran una cancha de básquet sobre el salón de fiestas para utilizar como espacio, y me acuerdo eso como un triunfo, un gran logro. En ese momento, aquellos que teníamos interés en dar charlas o actividades sobre sionismo, éramos un poco rechazados. Fue el período anterior a la dictadura, y fueron tiempos difíciles; algunos preferían más que sus hijos fueran a Miami, antes que a Israel. A causa de ese error, lamentablemente, la comunidad judía de Córdoba perdió casi una generación de jóvenes. Allí, los que pertenecíamos a esa corriente sionista comenzamos a disgregarnos.”

Contanos entonces qué sucedió después de tu juventud…

“Trabajé en el Banco Israelita un año y medio, y luego tuve una de mis grandes oportunidades gracias al Dr. León Bril (z´l), quien merece el mayor de mis respetos; él hizo brillar a la comunidad, fue decano de la facultad de Ciencias Económicas entre muchos de sus logros, y nunca me voy a olvidar cuando un día me dijo “si vos estás decidido a ser empleado toda tu vida y esperar a que el escalafón o la antigüedad te permita ascender, seguí en el banco; si estás dispuesto a pelearla afuera, vení a verme a mi oficina”; allí comencé a trabajar en una empresa de miembros de la comunidad, donde destaco a Manuel Strahman (z´l), que para mí fue otro profesor y maestro de la vida, me enseñó todo lo que yo sé como vendedor hasta el día de hoy. Así fue que estuve 13, 14 años trabajando con ellos, seres muy queridos e inolvidables, al igual que mis padres, que siempre fueron la estrella que me marcaba el camino.”

¿Y en la actualidad como te sentís vinculado a la comunidad?

“Ya no participo tanto, sí estoy en las festividades, sigo manejando el Sidur porque es algo que aprendí en mi hogar y en la escuela; voy a veces al Templo de la escuela para el Kabalat Shabat, y también cuando podía acudía al servicio del sábado en el Jalalei Tzahal, junto a mi amigo Arnaldo Grynkraut (z´l); me tocó venir durante un año y medio, todos los días, para decir Izkor (porque mis padres fallecieron en el mismo año, en Israel), y recuerdo que Arnaldo me acompañó durante todo ese año y medio, veníamos al servicio y después tomábamos un café a la vuelta. Son grandes recuerdos que voy a tener por siempre.”

¿Cómo ves a la Kehilá en la actualidad?

“No me gustaría opinar porque yo no estoy participando, al menos de manera activa, y creo que la gente que sí lo hace, se merece un profundo respeto; la gente que otorga su tiempo a la comunidad, y por ende, su dinero, porque el tiempo vale dinero, merece el mayor de mis respetos, y esto es para todos aquellos que participan en la Kehilá, en el colegio, en Macabi Noar, y en cualquier ámbito comunitario.”

 

 

 

 

 


Y finalmente, desde la sabiduría que brinda la experiencia, y con tu gran paso por esta comunidad, ¿Qué mensaje les dejarías a los jóvenes de hoy?

“Yo me casé con mi señora, Graciela Carreño, hace felizmente 45 años. Ella no pertenecía a la comunidad, y me dio la mayor prueba de amor al elegir ser parte de nuestro pueblo, con el apoyo de su familia. Ella, mientras estaba de novia conmigo, hizo su Tesis de la Licenciatura en Historia para la Universidad Nacional de Córdoba, y decidió hacerla acerca del pueblo hebreo. Recuerdo que durante la preparación para su paso por la Mikve, ella tenía ya muchísimos conocimientos adquiridos. Su conversión fue con Marshal Meyer presidiendo el tribunal rabínico, y nuestro casamiento fue en Buenos Aires, donde fuimos recibidos con honores y hasta con la presencia de la filarmónica de Tel Aviv, pudimos compartir una cena con ellos. Cuando hoy voy al Templo y veo a los chicos que van con sus padres jóvenes, me produce un gran orgullo, y les diría que nunca dejen eso, que no bajen los brazos; insistan, lleven a sus chicos al Beit Hakneset, a Macabi Noar, háganlos participar en la vida comunitaria, siempre sabiendo que existe otro mundo, pero con acciones dentro de la comunidad. Mi mensaje sería algo que dijo Rabí Hillel, y que ahora se me viene a la mente: “Si no soy yo, ¿Quién? Y si no es ahora, ¿Cuándo?”. Si no son estos padres jóvenes los que traigan a sus hijos, que todavía pueden escucharlos, ¿entonces quiénes serán? Es muy lindo y despierta mucho orgullo ser judío. Respétate tú mismo y serás respetado”

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