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POZO A POZO

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Comentario de Parashat Vaietzé, por el rabino Marcelo Polakoff, de la Kehilá de Córdoba, Argentina

En esta semana Iaakov tiene en la Torá su famoso sueño con una escalera por la que ascienden y descienden ángeles, y enseñando este texto volvió a mi memoria una frase que dice así: «Habiendo escaleras en el edificio, el propietario no se hace cargo del uso del ascensor».

Hace rato -por suerte- que ya no veo este tipo de carteles que solía leer en mi adolescencia con un dejo de incomprensión. Presto a embarcarme en cuanto elevador se interpusiera en el camino, me preguntaba quién sería entonces el responsable en caso de que algo malo sucediera. Y la respuesta sin dudas me transportaba aun más atrás en los años, porque evidentemente parecía ser «el gran bonete», es decir: absolutamente nadie. 

Los ecos del fraterno asesinato del capítulo cuarto del Génesis siguen reverberando en este tipo de propuestas cuando Caín, ante la requisitoria divina acerca del estado de Abel, responde bárbaramente con otro interrogante, excretando esa maldita frase: «¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?». 

Cada vez que dejamos de ser guardianes de nuestros hermanos -sepámoslo o no- nos vamos emparentando peligrosamente con el fratricidio. Y aun cuando usemos ascensores, descendemos unos cuantos peldaños en las gradas de la humanidad. 

Me permito estas cavilaciones a la luz -más bien a la sombra- de tantas muertes vanas causadas por la explosiva combinación de alcohol, juventud y manejo. 

¡Y pensar que hay todavía quienes llaman a eso «accidentes»! 

¿Es que acaso tienen rasgos de fortuitos, de azarosos y de inevitables? Absolutamente no. Se trata lisa y llanamente de negligencia criminal. 

En la tradición judía a este tipo de daños se lo denomina «hoyo» (bor, en hebreo), basándose en un par de versículos del Éxodo (21:33-34) que afirman: «Si alguno abre un pozo o cava una cisterna y no lo cubre, y allí se cae un buey o un asno, el dueño de la cisterna pagará el daño, resarciendo a su dueño, y lo que fue muerto será suyo». 

Vale decir que una persona que deja de tomar las precauciones adecuadas para hacer que algo peligroso bajo su control sea inofensivo es considerada negligente, y como tal, responsable por cualquier daño que se desprenda de dicha negligencia. 

Y justamente al tomar, lo que no se toman son las precauciones. Y por ende el manejo se transforma en desmanejo, y la juventud se estrella contra la muerte. 

Es como si los conductores ebrios, y quienes incitan a los jóvenes a seguir consumiendo alcohol más allá de todo límite, y las autoridades que no controlan adecuadamente, y las leyes que no reprimen con severidad estas conductas delictivas, y los jueces demasiado condescendientes con las próximas víctimas, y la sociedad entera que no termina de hacerse cargo fuéramos todos responsables ya no solamente de dejar tantos abismos al aire libre, sino también de destruir activamente todas las tapas y coberturas que pudieran tener semejantes hoyos. 

Y como en aquel juego del gran bonete, vivimos achacando las cargas a otros con tal de no hacernos cargo de nuestras propias cuotapartes en el asunto. 

Ya lo decía el psiquiatra Bruno Bettelheim, sobreviviente de los campos de concentración nazis: «Culpar a los otros o a las condiciones externas por las propias faltas de conducta puede ser el privilegio de los niños, pero si un adulto niega la responsabilidad sobre sus propios actos, estamos ante un nuevo paso hacia la desintegración de su personalidad». 

Según el Talmud una persona es siempre responsable por sus acciones. Y ese «siempre» es tan preciso, tan innegociable, que incluso si alguien está durmiendo y en pleno sueño destroza por ejemplo la lámpara de un hotel, deberá reponerla sin cuestionamiento alguno. 

No es casual que bor, pozo, también signifique en hebreo «bruto», «burro». 

Nos hace falta mucha educación para dejar de cavarnos nuestros propios hoyos. Hemos enterrado a demasiados chicos como para no darnos cuenta.

A la luz de Iaakov y de sus sueños, y de los pozos en los que a menudo va cayendo nuestro tercer patriarca, vale la pena despertar de ellos y seguir poniéndonos de a pie, evitando aquello que  todavía podemos.

¡Shabat Shalom!
Rabino Marcelo Polakoff
Kehilá de Córdoba, Argentina

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