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Un grande de los chicos

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Esta semana nos encontramos con el Dr. Enrique Orschanski, pediatra y docente de la cátedra de pediatría de la Universidad de Córdoba. Además, desde hace más de un año, escribe semanalmente una columna para La Voz del Interior y trata temas controversiales con respecto a la infancia y adolescencia de nuestros hijos.

Supimos de entrada que tenía elementos más que interesantes para comentarnos, y por supuesto, no dejamos pasar la oportunidad de entrevistarlo…


Por empezar, ¿Quién es Enrique Orschanski? ¿Cómo te definirías a vos mismo?

“Mi nombre es Enrique Orschanski, tengo 57 años, soy casado hace 25 años con Gabriela, y tengo 2 hijas, de 14 y 22 años. Nací en Córdoba, de padres judíos nacidos en diferentes lugares, Río Cuarto mi padre y Moisés Ville mi madre; de mis abuelos maternos recibí una educación judaica de tradición, no apegada tanto a preceptos religiosos, sino más al olor del guefilte fish o a la utilización del ydish; es un apego y una pertenencia que les debo a ellos, sobre todo por esto de ser pioneros en una colonia judía de principios de siglo. Sin embargo, mi inserción en la comunidad fue muy breve al principio, porque comencé incorporándome en primer grado, en el antiguo Colegio Israelita en la Calle 9 de julio; por diferentes razones, sólo terminé haciendo ese grado, y mis padres me cambiaron a una escuela pública de la provincia. A partir de allí, mi vinculación fue muy leve, nunca estuve integrado a grupos ni participé mucho, pero curiosamente me reincorporo a la comunidad, y la causa de eso son mis hijas. Tomando una definición muy interesante de Itzjak Rabin, el debatía acerca de quién debía ser considerado judío, y lo definió como aquel que cría a sus hijos como judío; es una definición realmente interesante, porque nos da una segunda oportunidad a aquellos que no tuvimos un vínculo original. Entonces yo me reincorporo cuando decidimos con Gabi que nuestras hijas tenían que recibir una educación que nosotros, tal vez, no podíamos transmitir desde lo que habíamos aprendido en base a tradiciones; queríamos algo más, cultura judía e integración.”

¿Cómo se traduce entonces concretamente esa reincorporación de la que hablas?

“Mi función como padre no termina en enviar a mis hijas al colegio y pagar la cuota. Me involucro de lleno en el ambiente físico en el que ellas están, los contenidos que reciben, he tenido reuniones con docentes, me involucro porque me interesa el tipo de educación que se les imparte. He hablado hasta como médico, por ejemplo, en el gan cuando mis chicas lo cursaban, para comentar acerca de qué condiciones físicas podían favorecer algún tipo de enfermedad. Yo estudié medicina en Córdoba y me recibí en el año 1979, y empecé a hacer la residencia de pediatría. Luego, tuve la posibilidad de viajar al exterior, y ahora ejerzo como pediatra en la ciudad de Córdoba y estoy en la cátedra de pediatría como docente desde 1980. Mi actividad se limita a dos cosas: la docencia en la cátedra, y mi consultorio privado, en el cual mi vínculo más fuerte es atender a los pacientes de familias que están integradas en la comunidad. Entonces, cuando yo entro a Macabi o al Templo, tengo la fortuna de cruzarme con mucha gente que veo en el consultorio, y con quienes genero un vínculo muy profundo. Yo veo a chicos que conozco desde que nacieron, y con sus padres tenemos una alianza muy fuerte.”

¿El pediatra sigue siendo el médico de familia, por excelencia?

“Si bien la medicina actual considera una medicina de familia que involucra a todo, eso se remite más a lugares que no tienen el caudal para abarcar otras especialidades. En una ciudad como la nuestra, uno puede contar con especialistas muy cerca todo el tiempo. En el caso del pediatra se da una consulta permanente por esta confianza instalada. Yo tengo confianza, entonces te pregunto por mí, por mi mamá, por la bobe; incluso, somos los primeros que derivamos a otros en distintas especialidades. Y somos consultados, no sólo en cuestiones médicas, sino en cuestiones de conductas y dinámicas familiares; eso es una responsabilidad muy grande, porque debemos ser muy cuidadosos para dar opiniones objetivas y que los padres puedan terminar decidiendo lo más conveniente para sus hijos en cualquier aspecto, en su escolaridad, en el deporte que eligen, en su manera de estudiar, en sus horas de cursado, etc. Muchas situaciones para las cuales la pediatría clásica no tenía incidencia, no nos entrenaron para este tipo de cosas en la universidad.”

¿Qué te llevó a elegir la pediatría?

“En mi caso, fue el azar. Yo no elegí mucho; yo quería ser arquitecto, pero tuve dificultades en esa época por una crisis en la universidad y la facultad de arquitectura tenía muchos inconvenientes. Elegí medicina porque era accesible, no tenía examen de ingreso, y cuando comencé a estudiar, me di cuenta de que era muy interesante, estudiar el cuerpo humano es lo más divertido del mundo. ¿Y por qué pediatría? La anécdota personal es que cuando yo terminé de cursar la carrera de medicina, me había criado en una guardia en el Hospital Córdoba donde tuve que realizar atenciones a la gente que no quería atender nadie, que eran los pacientes que nos dejaban a los estudiantes que ingresábamos últimos a esa guardia. Allí me dije a mi mismo que eso no era lo que yo quería para mi vida; entonces tomé la mejor decisión de mi vida: abandonar medicina. Y abandoné, guardé el título, hice una valija y me fui de viaje. Meses después, se me acabó la plata, así que tuve que volver a Córdoba y allí me di cuenta de que quería vivir acá, de que algo tenía que hacer. Y lo único que sabía hacer, y mi único recurso era mi título, así que fui a inscribirme y a averiguar qué residencias había disponibles. Y la única que encontré fue pediatría. Sólo por eso la elegí, yo no tenía ningún vínculo ni vocación en ese momento; elegí porque era lo último que quedaba. A la semana estaba vestido de médico en un hospital, atendiendo chicos. El primer paciente que me asignaron, lo recuerdo, fue una niñita de 3 años con una neumonía, y ni bien me acerqué a la cuna, se levantó, se agarró a los barrotes de la cuna, me estiró los brazos y se abrazó a mi; se quedó abrazada por una hora… y ahí apareció la vocación, en ese preciso momento. Ahí me di cuenta que existía la pediatría, cuando ya estaba adentro, cuando algo había elegido por mí. Desde entonces, han pasado casi 34 años, y no cambiaría mi especialidad por nada. El mundo de los chicos es más transparente, honesto y sincero. Cuanto más chiquitos son, mejor, porque se entiende más lo que tienen, menos disimulan, menos ocultan. No hablan, por lo tanto, no confunden al médico. Así fue como me entrené en ir a buscar los síntomas ocultos en esas personas que no hablan. Es muy interesante practicar la pediatría del silencio, en donde la palabra cura, eso es innegable, pero los silencios revelan muchas cosas más.”


Nos contaste que tenés una hija egresada del Colegio Israelita, y una que lo está cursando, ¿Cómo observas la evolución de nuestra escuela a través de tu visión como padre?

“Algo muy importante que se suma a esto, es que mi esposa es docente del colegio secundario también, lo que me genera un contacto permanente con la escuela. El Colegio Israelita que yo conocí a través de mis hijas es uno de los colegios más prestigiosos y buscados de Córdoba. Incluso recuerdo la existencia de gente extra comunitaria que quería asistir al colegio; docentes con una formación muy sólida que querían ser parte de esa escuela y tomarla como referencia. Conocí un gan muy luminoso, original y extraordinario, el mejor segmento del colegio. Un primario donde esta ebullición del gan quizás se aquietaba un poco, y un secundario que comparte las dificultades de todos los secundarios del mundo. En nuestro caso, y desde mi punto de vista, hay algo que puede sumarse como una dificultad, y se trata de una extrema familiaridad. El mismo docente que los chicos ven como autoridad en el colegio, después lo ven en malla en la pileta, o en una fiesta porque se trata de algún primo o amigo en común, o lo ven en el Templo en otra ceremonia. Esta cuestión tan repetitiva de ver las mismas caras en distintas funciones pueden quitar un poco de autoridad, y en realidad sin que esta persona pierda su autoridad frente al alumno, para los chicos la pérdida de autoridad si es importante. A veces hay chicos que tratan a los docentes o a los directivos como si siguieran en la pileta, y no como si estuvieran bajo el techo educativo.”

¿Qué cuestiones a grandes rasgos, siempre desde el punto de vista de la pediatría, aconsejarías a los integrantes del plantel docente de los tres niveles de nuestra escuela?

“Siempre mirando desde la pediatría y lo que es la salud, tanto física como mental. En cuanto al gan, lo que yo comenté alguna vez ya se hizo, y es esto que tiene que ver con las reformas edilicias que pueden prevenir ciertas enfermedades, eso ya está hecho y me alegra muchísimo que sea así. En segundo lugar, en cuando al gan, si bien la propuesta comunitaria es muy valiosa al pretender la incorporación de chicos muy chiquititos, personalmente no estoy a favor de que los chicos salgan de su casa tan temprano. Soy más partidario de que los chicos creen un lazo muy fuerte con su familia en los primeros años de su vida, y que luego vayan al colegio a aprender, porque quien educa es la familia; enseñar y educar no son el mismo verbo. Educa la familia, enseña la escuela; mandarlos desde tan chiquitos a recibir enseñanza creo que es una idea muy de adultos, el chico no necesita socializar, ya están socializados e hiperactivos, y no tenemos entonces cómo frenarlos más adelante. Creo que falta un poco más de tiempo hogareño, más horno familiar. Quizás sea una idea antigua, pero soy partidario de compartir en familia esos primeros años que se van tan rápido y que se terminan escabullendo. Si los chicos ya están incorporados a una institución, entonces la voz autorizante ya deja de ser el padre y pasa a ser el docente.
En cuando a los otros dos niveles, lo que yo comentaría, nunca sugeriría ni daría consejos porque no me corresponde, es el tema del manejo de los límites, hasta dónde los chicos son los que conducen.”

¿Cuáles crees que son las principales dificultades que atentan contra estos límites?

“Voy a responderte en cuanto a los chicos en general, y no sólo los del Colegio Israelita lógicamente. La mayoría de los chicos de primaria y secundaria no tienen en claro por qué van al colegio. Y la mayoría de los docentes no se encargan de aclararles esto. Los chicos sienten que van porque los mandan, porque no tienen alternativa, y lo ven como un pasillo hacia otra cosa que les va a dar un trabajo o profesión. Pero no puede ser que la infancia o la adolescencia transcurran a través del esperar lo que viene. ¿Adónde queda el disfrute entonces? El conocimiento que se impartía desde el colegio ahora está trasladado a Google, queda a una tecla de los chicos; ya no está en los docentes, entonces estos quedan desvalorizados en su palabra. Creo que los docentes tienen que volver a juntarse con los chicos y decirles para qué están en el colegio. Las reuniones no pueden quedar sólo en reuniones de docentes; se les debe contar a los implicados qué se va a hacer. Es como cuando se planea un viaje en familia, se les debe consultar qué les parece, qué opinan de ese objetivo, y según eso se decidirá la duración, el bolso que debe armarse y la cantidad de nafta que se le pone al auto. El viaje educativo es así: no sabemos cuánto durará, ni qué bolso necesitamos, ni hasta dónde alcanzará la nafta, pro si sabemos desde dónde se sale y hacia dónde se va, entonces por eso debemos poner de acuerdo el para qué, y la revalorización del conocimiento es algo indispensable. Yo quiero docentes que les muestren a los chicos que ellos leen y estudian; que los chicos vean al docente leyendo un libro, no un I-Pad, porque entonces es imposible exigirles que ellos también se sienten a leer. Los chicos están decidiendo su proyecto de vida, ya no se trata de -qué quiero hacer-, sino de –qué quiero ser-, el colegio debe ser un espacio en el que se hablen y se traten proyectos de vida.”

¿Pensás que en nuestra comunidad es factible este proyecto hacia el que vos apuntas?

“Absolutamente. Yo sigo apostando al Colegio Israelita. Igualmente, debemos tener en cuenta que esta dinámica se da en todos los colegios; hay escuelas realmente devastadas por la falta del planteo educativo. Ya lo propuso Jaime Etcheverry en -La Tragedia Educativa-, donde plantea que se rompió el vínculo entre la familia y la escuela y propone reescribir el pacto. Yo confío absolutamente en nuestra escuela, porque creo que hay gente muy capaz. A veces quedan muy encasillados en cumplir a rajatabla los planes del ministerio de educación, y no se salen un poquito más. Hace poco escribí en mi columna de La Voz del Interior un artículo que causó mucho impacto, en el que propuse que el 50% del tiempo educativo de los chicos debe destinarse a educación física. A los chicos les sobra energía y tienen ganas de moverse. No hablemos del gan porque si se mueven, pero desde primer grado hasta el último año de la secundaria, los chicos son sentados en un banco a aprender, y los cuerpos explotan de ganas de moverse. Necesitan correr, saltar, jugar, por eso los recreos duran tanto y los chicos demoran en entrar al aula: se quieren mover. Y el Ministerio no permite que haya más de 4 o 5 horas semanales de gimnasia, y eso no les alcanza a los chicos. Es necesaria una revolución educativa que incluya más horas de movimiento físico. En países donde se aplicó este sistema, desapareció la indisciplina, disminuyó el bullying y el maltrato, por ejemplo, y a la hora de estudiar, los chicos están más lúcidos y permeables. Si vamos a hacer lo que dice el Ministerio, seguimos apegados a estructura, con más o menos reformas, pero que fueron escritas hace casi 70 años. Pero vuelvo a repetir, esto no se limita sólo al Colegio Israelita, por el contrario, creo que nuestra escuela tiene algo muy valioso, y que es una capacidad individual en la mayoría de los chicos que yo conozco, y que es muy notable. Los chicos son muy inteligentes y se destacan siempre en diferentes áreas. La falla creo que está en la falta de educación familiar; incusive con la mejor intención, que puede ser que los chicos sean muy comunitarios y participen en toda actividad de la Kehilá, la familia deja de educar, se pierden esas tradiciones que hacían de este grupo social algo diferente. ¿Adónde quedó el ajedrez? ¿Adónde quedó la lectura? Nosotros somos el pueblo del libro, y ¿Adónde están los libros? Hay más DVDs que libros en cada familia en este momento.”


¿Cómo crees que vos podrías aportar tus conocimientos en nuestra comunidad?

“Tengamos en cuenta que es muy parcial lo mío, es una toma de posición y no necesariamente es un aporte positivo. Habrá mucha gente que diga que lo mío no tiene valor, pero desde mi punto de vista, yo estoy dispuesto incluso a publicar mis ideas. Yo hace un año y medio publico una columna semanal en donde fijo posiciones sobre absolutamente todo lo que tiene que ver con los chicos, y lo que puede impactar positivamente en ellos. Escribí sobre el valor de los regalos que reciben los chicos, sobre cómo los adultos les robamos la infancia, sobre el vínculo de los niños con sus abuelos, y creo, humildemente, que es un aporte que está repercutiendo y logra la reflexión sobre el tema; no necesariamente logra que la gente esté de acuerdo, pero si al menos que reflexione.”

¿Escribirías para nuestra Kehilá, por ejemplo?

“Por supuesto, claro que sí. Ahora tengo un proyecto con una miembro de nuestra comunidad que es editora de libros, y estamos buscando compilar en un libro todas las columnas que fui escribiendo en este tiempo, las cuales ya son más de sesenta. “

¿Cómo concluirías de una manera contundente acerca de esta reflexión que decís que se volvió necesaria?

“El libro del que te hablaba recién tiene que ver con pensar la infancia, y uno cree que esto se remite solamente a los chicos, pero abarca un territorio mucho más grande. Un infante se define mediante tres cuestiones: alguien que tiene un adulto al lado, que tiene energía, y que cree que las cosas pueden ser para siempre. Eso es un niño. Pero si tenemos chicos en edad escolar con padres ausentes, aunque esta ausencia tenga que ver con motivos laborales y sea bien intencionada, además están cansados y agotados por todas las actividades que les consume su energía, y encima sienten que el tiempo pasa rápido y las cosas no son para siempre, entonces no tenemos ninguna de las tres cuestiones que te mencioné antes, y esas personas no son niños. Pero por otro lado, por suerte tenemos adultos que siguen siendo niños, tenemos dirigentes en nuestra comunidad que tienen mucha energía, que quieren que las cosas sean para siempre, y por eso realizan las maravillosas obras que construyen para el futuro y para que siempre haya una comunidad, y que también tienen el apoyo de algún adulto a su lado. Esos dirigentes niños tienen una infancia potente, y yo los respeto porque son niños bajo esos criterios, y casualmente estos criterios los convierten en gente muy productiva para la Kehilá. Cuando hablamos de infancia, hablamos de todas estas personas. Si no hubiera habido niños que crearan la colonia de Moisés Ville, hoy no estaríamos acá quizás; si no hubiera niños que piensen en el futuro de la comunidad desde 10 años para adelante para que prospere el colegio, para que se siga hablando en hebreo, para que exista una cultura judaica que nos empape a aquellos que elegimos cuidar a nuestros hijos como judíos, entonces no habría progreso comunitario. Hablo de todos esos niños en los que persiste la energía, pero cuidad, porque a veces al lado de ellos hay viejos; viejos que pueden tener 20 años, 25 años, 30 años, que tienen pocos años, sin embargo, atacan a la comunidad diciendo que está todo mal, que todo es caro, que no vale la pena, que el colegio non progresa, y hay poco panorama. Esos adultos envejecidos que no tienen energía, terminan restándole a la comunidad su propia energía. Creo que mi aporte a la comunidad puede darse a través de la discusión de estos temas, pero por sobre todo, rediscutir los objetivos. Cerremos los ojos y pensemos en nuestros chicos. ¿Qué queremos que ellos sean dentro de diez años? Si hoy nos animamos a soñar con esto, es muy probable que tengamos en claro qué queremos que sean ahora.”

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