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Becerros de oro recargados

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Comentario de Parashat Ekev, por el seminarista Dr. Gabriel Pristzker, de la Kehilá de Córdoba, Argentina

Esta semana leemos parashat Ekev. Moshé le recuerda a nuestros antepasados (¿a nosotros también?) el pecado del culto al becerro de oro, hecho que sucediera casi unos cuarenta años antes. 
 
Al respecto, les propongo la lectura de un pasaje del libro “¿Quién necesita a Dios?” del Rabino  Harold Kushner: 
 
» El siglo pasado, ha sido el siglo de los grandes logros humanos:
La conquista del espacio, empezando por la invención del automóvil, después el avión, hasta el cohete a la luna; la casi victoria sobre muchas enfermedades con antibióticos, quimioterapia, transplante de órganos; la expansión de las comunicaciones con la invención de la radio, la televisión, las computadoras, los satélites. Constantemente nos sorprendemos a nosotros mismos, con lo que podemos hacer y, en el proceso, Dios parece cada vez menos impresionante. Cuando Samuel Morse invento el telégrafo hace mas de 100 años, las primeras palabras que envió por cable fueron: “¡Esta es la obra de Dios ¡”. Cuando Neil Armstrong pisó la superficie de la luna en 1969, sus primeras palabras fueron: “Este es un pequeño paso para un hombre, pero un paso gigantesco para la humanidad”. Véase quien está puesto en primer plano, y quien esta olvidado cuando se trata de las maravillas de nuestro tiempo.
La tecnología es la enemiga de la  reverencia. Deliberadamente o no la tecnología apaga fuegos sagrados porque la tecnología es la celebración de lo que puede hacer el hombre. En la Torá, cuando se habla del culto a los ídolos, no se está hablando de rezarle a piedras y estatuas. El culto a los ídolos es la celebración de lo hecho por el hombre como el más alto logro del hombre. Lo que esta mal en el culto a los ídolos, con el culto a las realizaciones humanas como si fuera la culminación, no es solo que sea desleal u ofensivo para con Dios. El pecado del culto a los ídolos es su futilidad. Porque en realidad es un modo indirecto de amarnos a nosotros  mismos, que no puede ayudarnos a crecer, como sí lo hace el culto a Dios que está por encima de nosotros. Como resultado encontramos la vida chata en insulsa y no comprendemos por qué.
 
En última instancia la adoración al hombre y la celebración de lo hecho por el hombre, se vuelve aburrida, precisamente porque no puede elevarnos por encima de nosotros mismos. Hay algo en nosotros que intuitivamente lo comprende. Podemos mirar un lago, un mar, una montaña o un arroyo durante horas y no sentirnos aburridos; nos sentimos en paz, tranquilos. ¿Pero cuanto tiempo seguido podemos mirar algo hecho por el hombre, como un avión o un rascacielos? Incluso el más rico y mejor programa de televisión empieza a aburrirnos al cabo de un rato.
Nos cansamos rápido de las cosas hechas por el hombre…».
 
En tiempos de hambre espiritual, hagamos teshuvá: retornemos a la fuente del espíritu, a Dios el Creador de los cielos y la tierra. En humildad, aceptemos ver la grandeza de Su obra, que nos incluye mas nos trasciende. Aprendamos a ser Sus socios, re-creando y trans-formando el mundo en la conciencia de que nuestra sabiduría, inteligencia y discernimiento también provienen de Él.
 
¡Shabat Shalom!
Seminarista Dr. Gabriel Pristzker
Kehilá de Córdoba, Argentina

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