);

Cuando el cómo es un dónde

0

Comentario de Parashat Devarim, por el rabino Marcelo Polakoff, de la Kehilá de Córdoba, Argentina

“¡Cómo está de solitaria la ciudad que era populosa!
La que era grande entre las naciones parece una viuda,
la princesa entre las provincias ahora tiene que pagar tributos.
Pasa la noche llorando y las lágrimas corren por sus mejillas.
Entre todos los que la amaban no hay nadie que la consuele
y todos sus amigos la han traicionado, convirtiéndose en enemigos”

Esta descripción maravillosa (y dolorosa) de la Jerusalem arrasada es el principio del Libro de las Lamentaciones escrito por el profeta Jeremías hace más de 2500 años, cuando sus propios ojos presenciaron con absoluta amargura y desolación la destrucción y el exilio propinado por los babilonios a nuestros ancestros.
Quizás la palabra clave sea la primera, “¿cómo?”, en hebreo “eijá” איכה, otro de los nombres de este texto, que a la usanza de la mayoría de los volúmenes antiguos llevaba por título el primero de sus vocablos relevantes.

No creo que se alcance a comprender lo exagerado que suena en su original esta pequeña palabra, “eijá”. Es que no se trata de un “cómo” normal; a ese “cómo” suele denominárselo “eij”. Ahora bien, cuando se lo exaspera y se lo profundiza, adquiere mayor sonoridad y pasa a ser איכה “eijá”, que sería en castellano un “¿cómo?” pero doblemente acentuado y con la “o” de la primera sílaba bien estirada (incluso más que en cordobés). Es ese tipo de “¿cómo?” que nos reservamos para expresar más que una pregunta una imperiosa imposibilidad de creer lo que estamos viendo, o lo que nos están contando. Hay en esos “¿cómo?”, en esos איכה “eijá” una casi cruel aceptación de que lo que es prácticamente increíble, ha tenido lugar, y en general nos disgusta…
Les cuento esto básicamente por dos motivos. El primero, porque se trata del libro que leeremos este próximo sábado al anochecer cuando abramos juntos la conmemoración de Tishá BeAv (9 de Av), el día más aciago del calendario hebreo, aquel que recuerda -entre varias tragedias- la destrucción del Primer y Segundo Templo de Jerusalem. Y el segundo motivo, porque esta palabreja debuta en la Torá en esta semana, en Parashat Devarim, cuando Moshé le recuerda al pueblo que no podía sólo con semejante tarea de liderazgo, y más con semejante pueblo. Lo dice así: “¿Cómo (איכה eijá) voy a cargar solo el peso de sus molestias y de sus pleitos?” (Deuteronomio 1:12).

Indudablemente Moisés estaba en lo cierto. Ese איכה “eijá” era un grito de desfallecimiento, similar al expresado por el profeta Jeremías 700 años más tarde cuando describía la destrucción de Ierushalaim, después de haber advertido (también por años) al mismo pueblo que aquel sería su cruel final si no modificaban sus conductas…

Si hay algo que nuestros sabios, desde hace milenios, saben bien, es lidiar con las palabras. Cada una de ellas, -especialmente las de la Torá- debía ser sometida a la más preciosa de las caricias. Y una de las formas quizás más creativas de lograrlo era descubrirlas con iguales rasgos, pero bajo otro formato, algo que el hebreo -al ser solamente consonántico- se da el lujo de permitirse.
Así, los rabinos del midrash, borrachos de alegorías, encontraron a aquel איכה “eijá”, ya prefigurado en otro איכה (escrito exactamente igual) pero leído “aiéca”, en el tercer capítulo del Génesis, también encriptado en otra pregunta, esta vez realizada por el mismísimo Creador.

La historia es harto conocida, y más los personajes: Adán, Eva y el infaltable ofidio. El fruto del árbol del que no se podía comer ya había sido comido, y aquella incorregible primer pareja humana correteaba por el Jardín del Edén con cierto desdén tal vez, con una tenue asunción de que algo no estaba tan bien, de que por ahí el paraíso lentamente se iba disolviendo bajo sus pies descalzos. La opción pareció ser esconderse, y allí nomás arremetió la pregunta divina como una saeta dirigida a lo más certero de Adán y -por supuesto- de cada Adán, de cada ser humano: “¿Aiéca? איכה”, “¿dónde estás?
Ese interrogante, evidentemente, nunca fue geográfico. Iba por otras coordenadas. Porque es más que claro que si Dios es Dios no necesita preguntar nada. En realidad, esa pregunta era -y es- una llave que si no se sabe utilizar se troca en candado.

¿Cuántos de nosotros nos pasamos la vida abrazando el “eijá” איכה en una serie de lamentados “¿cómo?” sencillamente porque nunca hemos podido orientarnos con la otra lectura de איכה, en el sentido de “¿aiéca?”, de ese “¿dónde estás?

¿Adónde hemos ido a escondernos? ¿De quién?

¿Con cuántos “¿cómo puede ser que me suceda esto?” hemos tapado un único “¿dónde estás?”. Y pensar que hay quienes todavía creen que el juego de las escondidas es tan sólo un juego de niños…
Hay que leer los textos sagrados con una brújula cerca, a fin de no marearse entre tantas palabras.  Porque en este shabat el tesoro se revelará fundamentalmente para quien palpite que la pregunta por el “cómo” es en realidad la respuesta al “dónde”.

A los que tengan la brajá, la bendición de percibirlo, todo lugar les sabrá a paraíso, y sabrán muy bien cómo hacer para que de allí en más lo único que se vaya disolviendo bajo sus ya no tan descalzos pies sean unos cuantos incómodos “¿cómo?”.

Shabat Shalom!
Rabino Marcelo Polakoff
Kehilá de Córdoba, Argentina

 

No hay comentarios

Fin de una hermosa etapa

Egresamos del jardín. Sí. Digo egresamos porque no solo el menor de nuestros hijos acaba de cerrar esta etapa para abrir las puertas de un ...