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La madurez religiosa

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Comentario de Parashat Vaetjanán, por el rabino Pablo Gabe, de la Kehilá de Córdoba, Argentina

La madurez religiosa

Dicen que la vida nos da segundas oportunidades. Suele ser verdad. El punto está en saber verlas a tiempo para aprovecharlas. Pensemos que, similar a este razonamiento, la vida nos da oportunidades de ver las cosas desde otro punto de vista. La Torá, en el libro de Devarim, nos presenta esto.  
El quinto y último libro de la Torá, Devarim, nos presenta un repaso de gran parte de la ley, otorgada desde la salida de Egipto hasta ese preciso momento. Mirar hacia atrás, recordar y re-pensar parecen ser los conceptos que el texto bíblico nos presenta. Sin embargo, me gustaría que nos detuviéramos en un código central dentro de la tradición judía: Los Diez Mandamientos. Los mismos aparecen en dos oportunidades. En primer lugar en Shmot 20, al poco tiempo de haber salido de tierras egipcias. En segundo lugar, en la Parashá de esta semana, en el libro de Devarim 5. Existen diferencias entre ambas versiones. Mínimas, pequeñas. No anecdóticas (ningún detalle en la Torá lo es). Para no dejar al lector con la pregunta, simplemente mencionaremos una: Mientras que en Shmot aparece la obligación de recordar el día de Shabat, en Devarim aparece la orden de recordar el día sagrado. Sin embargo, los sabios se han encargado de aclararnos que “Recuerda y observa, son como un mismo precepto”.  
Lo que vale la pena destacar es el marco que rodea al texto de los diez mandamientos, tanto en un libro como en el otro. En Shmot es el hecho en sí. En Devarim, tan sólo el recuerdo de lo que sucedió en aquel día. En Shmot la montaña humeaba, la voz de Dios se podía ver (No es un error idiomático, el texto dice que la voz se podía observar). El relato de Devarim es el recuerdo de esos fantásticos acontecimientos. Pero pregunto, y pienso: Qué injusto que debe haber sido todo eso. La generación que vivió esas escenas superlativas, fue la generación que descreía, se quejaba de todo, la generación que no quiso entrar a Israel, etc. Es decir, los que suponemos son los merecedores de la revelación, los que entraron a la tierra de Israel, solo escucharon las historias fantásticas. Pero no vivieron nada de aquello que se relató.
Siempre me gustó pensar el desarrollo de la Torá como una metáfora de un pequeño niño que va creciendo. Adám y Javá en el paraíso es el vientre materno, en donde no hay ley, no hay límite. Todo es placer. El bebé es puro ello (en lenguaje Freudiano). El bebé necesita, la madre lo alimenta. En el paraíso, ellos necesitaban comida, la tenían libremente. De pronto, deben salir y de alguna manera, responsabilizarse por eso que necesitan. No es tan así la vida de un recién nacido, pero existe cierta ausencia de ese placer absolutamente asegurado que existía en el vientre materno. Al menos, sufre durante el llanto, hasta que su necesidad es cubierta.
Siguiendo este razonamiento, imaginémonos que la generación que escuchó los diez mandamientos y vivió ese momento revelador, es un pueblo que representa al niño, al pequeño. Mientras que la generación que escuchó el relato, sin vivir toda la escena antes descripta, es una generación adulta, madura. En fin, más grande y aplomada. En este sentido, la primera generación necesitó que su atención sea captada a través de maquillajes externos. Fuegos, relámpagos, voces que se oyen. Toda una escena de colores para que los más pequeños puedan asombrarse y de esa manera, captar su atención. La otra generación, los más grandes, sólo necesitan saber el relato, conocer la historia. Su madurez y su aplomo les permiten apropiarse de la ley, del concepto, y construir una tradición a través de ella. La madurez religiosa es la capacidad de encontrarle un sentido a la tradición, sin necesidad de aditivos, sin agregados para captar nuestra atención.
En un principio, todos necesitamos que nos relaten la historia y la vida religiosa con colores, elementos fantásticos, incluso cuestiones sobrenaturales. Es necesario enamorarnos. Pero llega un momento en que tenemos que romper esa vida de colores. La madurez religiosa no es producto del paso del tiempo. Es un sincero involucramiento con la tradición, con su estudio, con una práctica significativa y profunda. A veces, lleva años y nunca llegamos. Otras, en menos tiempo de lo imaginado, logramos crecimientos significativos.

Shabat Shalom!
Rabino Pablo Gabe
Kehilá de Córdoba, Argentina

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