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Una ecuación que no cierra

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Comentario de Parashat BeHar, por el seminarista Dr. Gabriel Pristzker, de la Kehilá de Córdoba, Argentina

En esta semana leemos dos parashiot (secciones de lectura semanal de la Torá): «Behar» y «Bejukotai». En la primera de ellas se describe las características del año sabático, la «shnát hashmitá», año en que se anulaba la propiedad privada del producto del campo y de los viñedos y la cosecha era gratis para los necesitados, año en que estaba prohibido sembrar, plantar, cortar y cosechar. Entonces leemos: “Cuando digan: «¿Qué comeremos en el séptimo año? He aquí que no sembraremos y no recogeremos nuestro fruto», Yo ordenaré mi bendición sobre vosotros el sexto año y la tierra producirá frutos suficientes para tres años (para el año antes de Shmitá, el año mismo de la Shmitá y el siguiente año) hasta que puedas plantar y recolectar la cosecha)” (Levítico 25:20-21). Luego de esto, La Torá advierte que, de violar las leyes de la Shemitá, sobrevendrán distintos castigos divinos (incluso existen comentarios que explican que los 70 años de diáspora babilónica se corresponden a 70 años de no observancia del año sabático).
En pocas palabras: por un lado, la naturaleza del milagro de Dios (acerca de para cuántos años iba o no a alcanzar lo producido en el sexto año) sufre modificaciones de acuerdo a la calidad de la fe en Dios demostrada y, por el otro, de no hacer las cosas bien, vendrá el castigo desde el cielo. La clásica ecuación bíblica de recompensa y castigo.
¿Tenemos que esforzarnos mucho para caer en la cuenta de que esto no siempre funciona así? ¿No conocemos casos (muchos más de lo que quisiéramos) de buenos a quienes les va mal y malos a quienes les va excelente? ¿Realmente si nos partamos bien tendremos nuestro premio y, si nos portamos mal, tendremos nuestro castigo?
Para muchos es así. Allá ellos y «todo bien». Para mí no. Hace mucho que no. Quizás cuando yo y mi fe éramos niños.
Me gusta dejar una lectura (creo que así la estimulo. Ojalá.) en relación a nuestra inquietud, y del libro «Mensajes para el alma», de Gachi Waingortin, vaya este pasaje:

«La ecuación de la recompensa y el castigo no siempre funciona. Y sin embargo, seguimos educando a nuestros hijos con esa misma ecuación: pórtate bien y tendrás tu premio. O somos todos mentirosos (nosotros, la Biblia, Dios) O debemos encontrar otra lectura al texto y a nuestro entendimiento del bien y del mal.
El encuentro entre el ser humano y Dios tiene como motor a la fe. La fe, definida como la creencia ciega en que nos irá bien porque somos buenas personas, es una fe frágil, que se quebrará cuando la realidad contradiga su fundamento. Pero si creemos que nuestras buenas acciones no tienen valor, todo nuestro accionar es vano. Si no hay premios ni castigos, la calidad ética de nuestros actos es irrelevante.
Parecería ser que el problema está en definir la fe. Fe es seguir haciendo el bien, aunque la recompensa no sea visible o aparente. Fe es saber que la recompensa por mis buenos actos es haber mejorado este mundo. A través de una sonrisa, de una muestra de honestidad, generosidad, puedo hacer de éste un mundo mejor. Y ESA es la recompensa. El castigo no está en rayos que caen del cielo, sino en saber que después de mí, nadie querrá seguir mi camino. El castigo es el olvido. A través de nuestros actos de bien hallaremos el mejor de los premios: la trascendencia».

¡Con los deseos de brajá y shabat shalom!
Seminarista Dr. Gabriel Pristzker

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