);

Dios vino a casa

0

Comentario de Parashat Terumá, por el rabino Gustavo Surazski, de la Kehilá Netzach Israel, Ashkelon

Parashat Terumá, trata sobre la construcción del Mishkán y sus utensilios. De hecho, éste será el tema dominante en la segunda mitad del libro de Shemot.

Uno de los versículos que mejor grafican el espíritu de este precepto es mencionado en las primeras lineas de nuestra Parashá: «Y me harán un santuario y moraré entre ellos» (Shemot 25, 8).

El Rabino Iaakov Chinitz Z»L hace un interesante paralelismo entre este versículo y un segundo pasuk que aparece en el libro de Devarim en el que el mismo concepto es mencionado en forma inversa. Allí se nos dice: «Pues el Eterno, tu Dios, anda entre tus campamentos…y será tu campamento santo» (Devarim 23, 15).

La pregunta aquí es cuál es la «causa» y cuál la «consecuencia». ¿Acaso la construcción del mishkán va a atraer a Dios hacia el campamento de Israel, o acaso la presencia de Dios en el campamento de Israel transforma en sagrada a dicha morada?

Si nos guiamos por el versículo de nuestra Parashá, debiéramos aseverar que es la construcción la que atrae la presencia divina. «Si me hacen un Santuario –dice Dios- tendré una morada y viviré entre ustedes». Y también hacia el final del libro de Shemot, podemos apreciar que ésta es la dirección: «Y levantó Moshé el tabernáculo…Y cubrió la nube la tienda del plazo, y la Gloria del Eterno llenó el tabernáculo» (Shemot 40, 18-34). Sólo cuando el tabernáculo estuvo listo, la presencia divina descendió y llenó el tabernáculo de contenido.

Sin embargo, debo confesar que me siento más cercano al versículo de Devarim. El hombre –ante todo- encuentra a Dios, y este encuentro confiere santidad al espacio. Y cuando esta experiencia religiosa es inmensa, el hombre buscará construir una morada para Dios -un Santuario, un Templo o una sinagoga- para que ésta contenga la presencia divina.

Los edificios debieran ser consecuencia del encuentro con Dios; no su causa. La construcción de santuarios no necesariamente conduce a este experiencia.

Se cuenta de un judío injustamente excomulgado por su comunidad al que se le prohibió el ingreso a la sinagoga.

El judío sufrió la condena y elevando una plegaria dijo: «Dios mío, mis hermanos me han prohibido el ingreso a Tu casa». Y en dicho momento, una poderosa voz emergió de lo alto y le dijo: «¡¡Tampoco mis hijos me dejan entrar allí!!».

Una sinagoga bien puede estar colmada de gente y -sin embargo- la presencia de Dios permanece afuera.

Más allá del versículo mencionado en Devarim, existe otra historia en la Torá en la cual se ve plasmada esta idea.

Al inicio de Parashat VaIetzé encontramos el célebre sueño de la escalera de Iaakov.

Iaakov huía de su hermano Esav saliendo de Beer Shevá y dirigiéndose a Jarán.

Súbitamente, le ocurrió algo que suele ocurrirle a los caminantes (algo que no necesariamente debiera ser una experiencia religiosa). La noche cae e Iaakov siente que debe encontrar un lugar para dormir.

No obstante, esta experiencia profana, terminó transformándose en una de las experiencias religiosas más intensas relatadas en la Torá. Iaakov comienza a recolectar de las piedras del lugar, queda dormido y sueña con ángeles ascendiendo y descendiendo por una esclarea y ve la presencia de Dios sobre ella.

Lo interesante, es la reacción de Iaakov al despertar de su sueño:

«Y madrugó Iaakov, por la mañana y tomó la piedra que puso a su cabecera, y púsola por estela y vertió aceite sobre su ápice…e hizo Iaakov un voto, diciendo: «Si estuviere Dios conmigo y me cuidare en este camino en que yo ando…y tornare en paz a casa de mi padre, será el Eterno para mí por Dios. Y la piedra ésta que puse por estela, será la casa de Dios» (Bereshit 28:18-22).

Iaakov no tuvo un sueño al haber ingresado a un santuario. Ocurre aquí exactamente lo contrario: El sueño y la intensidad de aquella experiencia religiosa transforman un lugar profano en sagrado y lo elevan por encima del resto de los lugares de la faz de la tierra.

En dicho lugar, finalmente, terminó construyéndose el Templo de Jerusalem, la casa de Dios, tal como dijo Iaakov. Y todo había comenzado con un sueño.

¡Shabat Shalom!
Rabino Gustavo Surazski

No hay comentarios