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El extraño caso de la ternera desnucada

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Comentario de Parashat Shoftim, por el seminarista Dr. Gabriel Pristzker, de la Kehilá de Córdoba, Argentina

Esta semana leemos parashat «Shoftim». El último tema que se trata en ella es el procedimiento que se llevaba a cabo cuándo aparecía un cadáver humano al costado de un camino y se desconocía la identidad del asesino. En el mundo de los estudios de Torá estas acciones se conocen como el ritual de la «Eglá Arufá», el procedimiento por el cual una ternera era desnucada (?!). 

Estas leyes y prácticas aplicaban sólo a la Tierra de Israel y, en el mayor resumen posible y a los efectos de que el asesinato no quedará impune, participaban de ellas todos los factores de la sociedad de aquellos tiempos. Jueces del Sanhedrín (sito en Ierushalaim) visitaban la escena del crimen y medían en todas las direcciones hasta determinar cuál era la ciudad más próxima al cuerpo. Luego venían los jueces y los ancianos de esa particular ciudad en cuestión y traían hasta un lugar público una ternera de un año, comprada a su vez con fondos comunitarios, mataban al animal  de un hachazo en su parte trasera y, luego, lo enterraban. Se pronunciaba un conjuro (mencionado explícitamente en nuestra parashá) que decía: «Nuestras manos no han derramado sangre y nuestros ojos no han visto este acto».  Siguiendo a los intérpretes de la Torá, estas palabras deseaban expresar no había en ellos responsabilidad directa ni indirecta del crimen.  Llegaba entonces el momento de los kohanim: le pedían a Dios que no considerara responsable al Pueblo de Israel de la sangre derramada en su seno y pedían que se revelara la identidad del asesino. Si era verdad esa (tan conocida) sentencia de que «kol Bnei Israel arevim zé bazé», de cada persona era responsable de los actos de la otra, todo el pueblo debía ser redimido si ocurría un asesinato en su seno. 

Siento que este extraño ritual de la «Eglá Arufá» (discontinuado por el Sanhedrín según el Talmud en la víspera de la destrucción del Segundo Templo, Sotá 47b) tiene que ver con el concepto de responsabilidad colectiva, ya sea aquella vinculada a las grandes causas de un país o, y es aquí donde deseo hacer hincapié, en aquella responsabilidad colectiva que es más cotidiana que, sin minimizar el rol del estado y  de las demás instituciones de las sociedades, apela a la moral individual y colectiva de los ciudadanos, sin cuyo aporte se tornaría aún más imposible vivir.

Esa responsabilidad colectiva es cotidiana y no depende de nadie, excepto de nosotros en nuestro rol de «simples» ciudadanos. Para mencionar algún ejemplo de esta, por así decirlo, «micro responsabilidad» podríamos citar instancias que van desde la seguridad barrial, la higiene (o su opuesto: la basura) en zonas pequeñas y puntuales de una ciudad o la convivencia (o su opuesto: la intolerancia) entre automovilistas y peatones en el espacio público, para citar algunos casos.

Claramente, existe una cuota de responsabilidad que cada uno de nosotros puede aportar para vivir en una sociedad mejor. PERO no alcanza con una actitud individual, aislada del resto, sino que requiere de un actuar compartido e integrado con los demás.

Prestemos atención, en el caso de la «Eglá Arufá» no se toleraba los vacíos de justicia, los «agujeros negros» y/o vacíos de responsabilidad. Cada instancia tenía que asumir SU CUOTA PROPIA de incumbencia. Y es que el silencio  y la indiferencia frente al sufrimiento (de aquel al que le tiraron la basura, de la víctima del robo, del peatón herido) sólo  encuentran explicación en la irresponsabilidad y en la indiferencia que implica el desconocimiento de las elementales normas de convivencia.
Es en el compromiso individual hacia los otros que se generan siempre consecuencias positivas y el resultado de esto será, al menos eso creo, un mayor bienestar social y una mayor protección recíproca.

Llegamos así al final. Los procedimientos y leyes de la «Eglá Arufá», aún con su  «aroma» a ritual chocante y extravagante, guardan un cuestionamiento que debe ser habitual y cotidiano: ¿En qué sociedad queremos vivir? La respuesta debemos ejercerla diariamente. Debemos. Así, en primera persona del (colectivo) plural.

¡Shabat Shalom!
Seminarista Dr. Gabriel Pristzker
Kehilá de Córdoba, Argentina

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