Comentario de Parashat Vaieji, por el rabino Marcelo Polakoff, de la Kehilá de Córdoba, Argentina
“Al circo, chicos” –así había empezado el rabino una de las lecciones que resultó ser de las más preciadas por sus jóvenes estudiantes.
El espectáculo podía pasar por aquel gélido pueblito polaco una vez cada diez años, por lo que la oportunidad era prácticamente única. Pero no se trataba solamente de un paseo. Había una consigna muy clara: debían prestar atención absoluta al número del equilibrista; si no -había señalado el maestro- la visita habría sido casi en vano…
El asombro se adueñó de los alumnos, que siguieron maravillados cada una de las presentaciones del espectáculo, y retornaron ansiosos a la casa de estudios aguardando las enseñanzas que su venerado rabino suavemente extraía del tesoro de lo cotidiano. El caso del equilibrista no sería la excepción.
Al menos tres lecciones se desprenden de su acto- señaló el maestro.
La primera es que mientras está caminando sobre esa fina soga a semejante altura, es evidente que cada paso que da no está calculado en función de sí mismo, sino que está orientado en dirección hacia el objetivo, que por supuesto, está a una considerable distancia. Vale decir que para no caerse precisa ver más allá, que requiere de una mirada a más largo plazo…
La segunda lección tiene que ver con la recompensa. Si el pobre equilibrista centra su atención en la gorra con las monedas del público que yace unos cuantos metros por debajo, es muy probable que termine con varios huesos rotos. Porque el equilibrio, para que sea tal, tiene que ser un fin en sí mismo. Y cuando así lo es, sin dudas habrá recompensas de todo orden para cosechar…
Pero la enseñanza más importante que tengo para ustedes es la última –agregó el rabino mientras bajaba el volumen de su voz y por ende aumentaba el nivel de escucha de sus discípulos.
Comenzó con una pregunta para la que no esperó respuesta: “¿cuál es el momento más difícil de todo el acto? Es precisamente cuando el equilibrista llega al final de la soga y tiene que darse vuelta para regresar a la plataforma de donde partió”. Los rostros de los alumnos evidenciaban sorpresa e incomprensión. El maestro se puso de pie y comenzó a imitar los movimientos del equilibrista, caminando por el piso del aula como si estuviera en el Everest y con una larga vara imaginaria entre sus manos. “Fíjense que todo su equilibrio recae mayormente en un elemento exterior, salvo cuando le toca girar” -postuló. En ese instante solamente depende de su equilibrio interior, algo que no está atado a ninguna condición externa. Y si carece de él, se cae. Así de simple, y así de complejo…
Nunca imaginé la imperiosa necesidad que tendría de contar esta bella historia para poner en palabras -y en conceptos- la vital urgencia de nuestra sociedad para volver a equilibrarnos.
Si no lo hacemos, vamos a terminar más parecidos a un circo. Y con muchos caídos.
En este Shabat en el que leemos la porción de la Torá llamada «Vaiejí», que es la última del Génesis, y a 30 años de la recuperación democrática argentina, cuidémonos para que no sea el principio del fin.
Animémonos, por favor.
Shabat Shalom!
Rabino Marcelo Polakoff
Kehilá de Córdoba, Argentina
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