Comentario de Parashat Reé, por el seminarista Dr. Gabriel Pristzker, de la Kehilá de Córdoba, Argentina
Esta semana leemos Parashát Reé. En ella se mencionan dos preceptos que tienen que ver con cómo marcar ritualmente el duelo. Dice la Torá: “Cuando estén de luto por la muerte de alguna persona, no se hagan heridas en el cuerpo ni se afeiten la cabeza”. (Deut. 14:1).
Enmarcadas históricamente, eran estas prácticas populares en el mundo antiguo. En breves palabras: hacerse marcas y tatuajes en el cuerpo era la costumbre fetichista y pagana de los pueblos idólatras entre los que naceríamos con «Am Israel». Había que asegurar la nueva identidad nacional-religiosa separándose de toda práctica canaanea y fundando la nueva praxis inspirada en la visión de la Torá.
Dejemos de lado ahora el abordaje histórico y vayamos a la visión rabínica de los dos verbos que aparecen en nuestro versículo.
El Midrash analiza primero el verbo hebreo «Lo Titgodedu” (No se hagan heridas en su cuerpo). En Sifrei (Devarim, Ree 96) encontramos el siguiente comentario: “לא תתגודדו, לא תעשו אגודות – Lo Titgodedu – no hagan Agudot (grupos/sectas)”. Utilizando la similitud de las palabras «Titgodedu» y «Agudot», nuestros sabios dan un vuelco total al sentido original de la cita y la aplican a la vida comunitaria y a la tendencia de dividirse en grupos, partidos, corrientes y sectas que se pelean entre sí y cambian convivencia por odio entre personas.
Lo que sigue en el versículo es «no hacer korjá», no generar calvicie entre los ojos (que era también una costumbre pagana frente al duelo). Los Rabinos vuelven a buscar otro sentido del sentido original y encuentran que «korjá» suena parecido a «Koraj», el hombre que produjo en el pueblo una división política profunda e intestina que condujo a la muerte de muchos y provocó una «calvicie», un vacío de gente, dentro del pueblo.
Si la división es el mal, si disgregarse en corrientes y partidos es visto como algo negativo o, como pregunta y responde un texto que compartiera el año pasado conmigo un amigo de la Kehilá y del Club: «Si esto es así, y verdaderamente lo que Dios y los sabios desean de nosotros es que seamos uniformes en la práctica y en el pensamiento, ¿Por qué esto no ocurrió prácticamente nunca en nuestra historia? (Según el Midrash en el único momento que estuvimos unidos como pueblo, como un solo pueblo con un solo corazón, fue al recibir los Aseret HaDivrot). Nacimos de la pluralidad. Somos hijos de Israel, padre que tuvo 13 hijos todos diferentes los unos de los otros. Cada tribu era diferente y tenía sus propias particularidades. El reino “unificado” del rey David y Salomón duró pocos años, luego el reino se dividió en Judea e Israel. Para la época del segundo Templo ya encontramos varias sectas dentro del pueblo judío (los esenios, los fariseos, los saduceos, etc.). Al interior de los fariseos también encontramos diversos subgrupos, aquellos que seguían a Hillel y los que seguían a Shamai, los de la escuela de rabí Akiva y los de la escuela de rabí Ishmael. En la edad media surgen las diferencias entre los ashkenazim, sefaradim y los menos conocidos teimanim, italkim o mizrahim. Y así podemos continuar.
Si somos hijos, nietos y descendientes de un judaísmo plural y diverso ¿Cómo podemos comprender el mandamiento de «Lo Titgodedu?»
Sigo con el texto citado (Gabi: recuerdo que estábamos saliendo del estacionamiento del club cuando me lo pasaste por Whats App): «Las subdivisiones dentro del pueblo judío no son una tragedia o algo que debemos evitar, sino que pueden ser una fuente de bendición. En nuestros días, cada corriente judía viene a cumplir una tarea sagrada y única. Quisiera proponer algunos ejemplos. El Sionismo nos condujo nuevamente a la tierra de Israel, el iluminismo nos permitió repensarnos como judaísmo en base a los saberes seculares, el reformismo nos invita a abrirnos a nuestra sociedad circundante, el movimiento conservador nos llama al desafío de unir la academia con la práctica judía tradicional, la ortodoxia nos recuerda el valor fundamental de las mitzvot, el jasidismo nos emociona con sus melodías y plegarias, el misticismo nos muestra una cara oculta de nuestra tradición. Todas estos grupos, sin excepción, enfatizan un principio y marginan otros. Lo Titgodedu no es la prohibición de las diversas formas de comprender y vivir el judaísmo, es la prohibición de que esas diferencias nos lleven a la fragmentación y a la disolución como pueblo. El versiculo de Lo Titgodedu comienza diciendo: “ustedes son hijos de Dios”, quizas ahi se encuentre el secreto. El secreto es recordar que todos somos hijos de Dios y cada hijo es único e irremplazable, y cumple un lugar particular en la familia, pero al fin del día todos se sientan (o deberían sentar) juntos en la mesa».
Decidí citarlo de manera extensa por lo preciso, real y contundente del mismo. Adhiero, además, a su repaso histórico y a sus derivaciones presentes en relación al tema que estamos tratando.
Quisiera, finalmente, agregar que la única condición que debe darse para que toda la idea no se nos derrumbe es la de que tenemos que considerar como legítimas a todas esas «diversas formas de comprender y vivir el judaísmo». Dicho fácil: elijo ser judío masortí, pero para no caer en la prohibición de «lo titgodedú» estoy obligado (estoy preceptuado) a reconocer también como legítimas a la expresiones reformistas y ortodoxas del Pueblo Judío. En el orden que quieran. De arriba hacia abajo y de derecha izquierda.
Dicho esto: ¡viva la diversidad!
¡Shabat Shalom!
Seminarista Dr. Gabriel Pristzker
Kehilá de Córdoba, Argentina
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