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Jugando a ser quienes no somos

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Comentario de Parashát Balak, por el rabino Pablo Gabe, de la Kehilá de Córdoba, Argentina

Jugando a ser quienes no somos

La tradición judía estableció rituales y prácticas para todas aquellas cosas que nos suceden en la vida. Desde que nacemos hasta que abandónanos este mundo. Desde que nos levantamos hasta que nos vamos a dormir, existen rituales y prácticas reguladoras de nuestra vida. No solo eso. La Torá también dedica un espacio a la magia y los rituales. La Torá nos cuenta que hay quienes juegan, sin éxito, a querer ser como Dios.  
La lectura de la Torá de esta semana nos habla acerca de un episodio, vinculado a la magia y a las palabras. Balak, rey de Moab, uno de los pueblo enemigos de Israel, se entera de las victorias que viene logrando el pueblo que había salido de Egipto en las diferentes batallas que le ha tocado librar. Entonces lo que decide es buscar la forma de maldecirlo. Para eso, contrata a un mago o brujo llamado Bilam, con el firme propósito de que formule una maldición contra Israel. Evidentemente, la brujería y la maldición a través de ella era algo en lo que Balak creía. Veamos que dice nuestra tradición.
El texto bíblico nos regala una hermosa escena de negociación en donde Bilam, por un lado, juega a ser la estrella. Pero por otro, aclara que más allá de todo lo que le puedan  dar, Dios está por encima de cualquier palabra, bendición, maldición, o conjuro que pueda hacer. Sin embargo, como aceptando el desafío y habiendo avisado (el que avisa, dicen, no traiciona), el brujo acepta el ofrecimiento y se dispone a llevar a cabo su tarea.
En el trayecto a su trabajo le ocurren cosas que solo suceden en la literatura fantástica. Una asna que habla, un ángel que se le aparece, pero que solo es vista por su animal. Es decir, el mago que es capaz de bendecir y maldecir, carece de la facultad de observar lo que cualquiera, incluso una asna, puede ver. Cuando se dispone, luego de varios intentos, a finalizar la labor para la cual fue contratado, Bilam se para en la cima de una montaña de donde se veía al pueblo de Israel. Con esa perspectiva se dispone a maldecirlo. En el momento en que Bilam va a decir la maldición, dice la Torá: “Le sobrevino el espíritu de Dios”, y Bilam termina finalmente diciendo: “Ma tovú oaleja Iakov, mishkenoteja Israel”, “Cuan bellas son tus tiendas oh Iakov, tus moradas pueblo de Israel”. Este es el origen del Ma Tovú que rezamos todas las mañanas. La oración que debemos pronunciar en el ingreso de cualquier sinagoga. Es la maldición que Bilam le iba a decir al pueblo de Israel, que Dios la convirtió en una bendición.
Efectivamente, Bilam no pudo maldecir al pueblo de Israel. Es claro que como seres humanos, podemos bendecir y maldecir. Pero no sobre los seres humanos mismos. Podemos y debemos bendecir y santificar nuestros actos cotidianos. Bendecimos a Dios a través de cada acción que nos prescribió llevar a cabo.    
El objetivo es que entendamos que las bendiciones y las maldiciones son elementos que solamente Dios puede manejar, como finalmente le pasó a Bilam. Como individuos, tenemos la facultad de construir el mundo, de bendecir y de maldecir, pero no creer que a través de nuestra palabra designaremos el destino de tal o cual persona. La palabra puede construir y también destruir. Todos nuestros actos pueden llegar a cambiar el destino de las cosas. Entendiendo por supuesto, que hay un lugar, un espacio que le está reservado a Dios. Jugar a ser como Él, ponernos en adivinadores y dueños de la verdad, nos convierte en idólatras de nosotros mismos, de nuestras palabras.

Shabat Shalom!
Rabino Pablo Gabe
Kehilá de Córdoba, Argentina

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