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PARASHAT VAIGASH: IEHUDA: DE LA RESPONSABILIDAD A LA GARANTIA

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Comentario de Parashat Vaigash, por el rabino Marcelo Polakoff, de la Kehilá de Córdoba, Argentina

A partir del capítulo 39 del Génesis se nos relata la historia de Iosef en Egipto, quien después de varias peripecias vitales (con acoso sexual femenino, prisión y análisis de sueños incluidos) terminará como virrey de la nación más poderosa de la tierra.

Sus hermanos llegarán a Egipto para buscar comida pues están con רעב, con “raav” (hambre) y sin reconocerlo, Iosef (llamado ahora Tzofnat Paneaj) sí lo hará, y urdirá un plan muy complicado que pondrá a sus hermanos prácticamente en la misma situación límite que el mismo Iosef sufriera unos cuantos años antes. ¿Sus hermanos habrían aprendido la lección? ¿Volverían a dejar a uno de ellos en un pozo y a través de ese abandono volverían a sumirse ellos mismos en un nuevo eslabón de la cadena de irresponsabilidad y violencia que se venía repitiendo desde Caín y Abel?

Hay quienes vemos en el primero de los cinco libros del Pentateuco un maravilloso intento de construir a lo largo de sus páginas nada más ni nada menos que una familia, y en este sentido aquello que garantiza (qué poco sutil esta palabrita por aquí…) el éxito de toda empresa familiar –y si no es así que lo desmientan los que se ocupan de analizar las empresas de familia- es el buen vínculo entre los hermanos.

Si lo fraterno se cuida, si lo fraternal se valora, pues hay futuro posible. De lo contrario el cierre del Génesis volvería cuál espejo a reflejar cómo la sangre de Abel sigue clamando desde el fondo de la tierra.

Si en cambio, después de tantas idas y vueltas, de tantas peripecias e intríngulis familiares, Bereshit concluye con una verdadera hermandad, misión cumplida. De un proyecto así se podrá pasar en Shemot, en el Libro del Éxodo, a la construcción ya no de una familia, sino de un pueblo: una familia de familias.

En el capítulo 42 queda claro el panorama: 10 hermanos de Iosef van a buscar alimento a Egipto, ya que Biniamín, el menor y a la vez hermano de Iosef (de la misma madre, Rajel) permanece con su padre Iaakov (Israel). Iosef los acusa de ser espías y a través de un interrogatorio se anoticia de que su padre aún vive y que está acompañado de su extrañado hermano menor.

Toma prisionero a todos por tres días, y finalmente deja a Shimón encarcelado hasta que retornen con Biniamín a Egipto para comprobar la veracidad de sus dichos. Sólo así los liberará.

Los hermanos comienzan a entender que la historia se está empezando a cobrar sus cuentas, y no logran convencer a Iaakov para que permita viajar a Mitzraim al menor de sus doce hijos. Ya era suficiente con haber perdido a Iosef, y tal vez a Shimón también, como para seguir agregando tragedias a la historia familiar.

Es en el capítulo siguiente la raíz “A.R.V.” (ערב) va a corporizarse como verbo por única vez en el libro del Génesis, y de hecho coronará su aparición estelar de la magistral clase de Tamar.

Iehudá enfrentará a su padre asumiendo el riesgo de volver a Egipto a liberar a Shimón haciéndose cargo por completo del cuidado de Biniamín. Lo va decir en los versículos 8 y 9 del capítulo 43 de esta forma:

Iehudá le dijo a su padre Israel: — Yo seré su garantía, envía al muchacho y nos iremos ahora mismo, para que nosotros y nuestros hijos podamos seguir viviendo. Yo te respondo por su seguridad; a mí me pedirás cuentas. Si no te lo devuelvo sano y salvo, yo seré el culpable ante ti para toda la vida.

Las palabras claves son אנוכי אערבנו “anoji eervenu” que significan “yo seré su garantía”.

La raíz ערב estrenada por Tamar en su curso acelerado de responsabilidad mutua es ahora utilizada por Iehudá cuando se da cuenta de que alguno de los hermanos tiene que jugarse por los demás y que ese hermano tiene que ser él. No más pozos para nadie, no más abandonos en la familia. Está decidido y Iaakov lo nota de entrada, permitiendo el viaje.

Al llegar a Egipto, en los capítulos 43 y 44 Iosef, por medio de una nueva triquiñuela, amenaza con encarcelar a Biniamín acusado de un falso robo, hasta que vuelvan a verlo con su anciano padre Iaakov. Y aquí Iehudá, con la lección ya muy bien aprendida, se coloca frente al virrey de la nación más poderosa de la tierra de igual a igual y le espeta –no sin riesgo de ser muerto por su impertinencia- el siguiente discurso:

   —Mi señor, no se enoje usted conmigo, pero le ruego que me permita hablarle en privado. Para mí, usted es tan importante como el faraón. Cuando mi señor nos preguntó si todavía teníamos un padre o algún otro hermano, nosotros le contestamos que teníamos un padre anciano, y un hermano que le nació a nuestro padre en su vejez. Nuestro padre quiere muchísimo a este último porque es el único que le queda de la misma madre, ya que el otro murió. Entonces usted nos obligó a traer a este hermano menor para conocerlo. Nosotros le dijimos que el joven no podía dejar a su padre porque, si lo hacía, seguramente su padre moriría. Pero usted insistió y nos advirtió que, si no traíamos a nuestro hermano menor, nunca más seríamos recibidos en su presencia. Entonces regresamos adonde vive mi padre, su siervo, y le informamos de todo lo que usted nos había dicho. Tiempo después nuestro padre nos dijo: «Vuelvan otra vez a comprar un poco de alimento.» Nosotros le contestamos: «No podemos ir si nuestro hermano menor no va con nosotros. No podremos presentarnos ante hombre tan importante, a menos que nuestro hermano menor nos acompañe.» Mi padre, su siervo, respondió: Üstedes saben que mi esposa me dio dos hijos. Uno desapareció de mi lado, y no he vuelto a verlo. Con toda seguridad fue despedazado por las fieras. Si también se llevan a éste, y le pasa alguna desgracia, ¡ustedes tendrán la culpa de que este pobre viejo se muera de tristeza!» »Así que, si yo regreso a mi padre, su siervo, y el joven, cuya vida está tan unida a la de mi padre, no regresa con nosotros, seguramente mi padre, al no verlo, morirá, y nosotros seremos los culpables de que nuestro padre se muera de tristeza. Este siervo suyo quedó ante mi padre como responsable del joven. Le dije: «Si no te lo devuelvo, padre mío, seré culpable ante ti toda mi vida.» Por eso, permita usted que yo me quede como esclavo suyo en lugar de mi hermano menor, y que él regrese con sus hermanos. ¿Cómo podré volver junto a mi padre si mi hermano menor no está conmigo? ¡No soy capaz de ver la desgracia que le sobrevendrá a mi padre!

Entremedio de semejantes palabras de valentía Iehuda le revela a Iosef כי עבדך ערב את הנער “ki avdeja arav et hanaar”, vale decir pues su servidor se responsabilizó (literalmente “garantizó”) por el joven. Y se lo deja clarito clarito: si Iosef quiere, que sea él quien se quede en Egipto, pero jamás Biniamín, pues él dará su vida por su hermano.

La escena que sigue, tal vez motivada por tal demostración de fraternidad, es una de las más emocionantes de la Torá. En el capítulo 45, y de manera inmediata después de escuchar a Iehudá, Iosef pide a sus sirvientes que se retiren y cuando queda solo, cara a cara con todos sus hermanos, se descubre ante ellos con su verdadera identidad, acompañado de lágrimas, abrazos, sorpresa e incredulidad. También miedos por temor a una venganza; miedos que son disipados en el acto por Iosef, quien reconoce en su especial destino el sello inobjetable de lo divino.

¿Habrá que cambiar la traducción del famoso refrán talmúdico?

¿Será que “Kol Israel arevim ze laze” no significa que todos los judíos somos mutuamente responsables?

No estoy tan seguro. Sin embargo, de lo que no tengo dudas es que una traducción más fiel del sentido literal de la palabra “arevim”, sumado a los múltiples sentidos que parecen rodear a este término tan poco frecuente en la Torá –y a la vez tan preponderante- apunta a entender dicho término como “garantes”.

Y a las pruebas me remito: ser garante es adosarle a la responsabilidad un quantum enorme de mayor cuidado, al punto tal de tornar esa garantía en la certeza de que quien es garantizado puede estar más que tranquilo ya que hay un hermano a mano que con su propio pellejo se brindará por él.

Por ende “Kol Israel arevim ze laze” -bien entendido- debiera traducirse como “todos los judíos somos garantes unos de otros”.

El rostro femenino de la garantía lleva el nombre de Tamar. El final feliz del Génesis lleva el sello que recuperó Iehudá.

La familia está ahora bien constituida. Una novedad para la Torá.

Llegará entonces el turno de armar la familia de familias, un nuevo desafío: construir un pueblo.

La responsabilidad y la garantía no quedarán así sólo en casa. Volveremos para eso al arca, pero no la de Noé, sino la de Moshé, cuando en un par de semanas empecemos a leer el segundo libro de la Torá, “Shemot” (Exodo) para seguir embarcándonos por nuevos tramos de este apasionante periplo por los torrentes de la sabiduría judía.

¡Shabat Shalom!
Rabino Marcelo Polakoff
Kehilá de Córdoba, Argentina

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