Comentario de Parashat Toldot, por el rabino Pablo Gabe, de la Kehilá de Córdoba, Argentina
El libro de Mishlé (Proverbios) tiene un versículo que me parece de lo más democrático, en materia de educación: “Educa al joven de acuerdo a su camino. Ni aun de anciano, se apartará de él” (Mishlé 22: 6). ¿Qué camino debemos elegir para educar a los demás, nuestros hijos, nuestros alumnos? ¿Dónde está el límite entre lo que nosotros creemos necesario que reciban y lo que ellos son? ¿Cuál es su camino?
Parashat Toldot nos relata el nacimiento y crecimiento de los mellizos Iaakov y Esav. Parecería que desde un principio, la Torá nos quiere destacar las diferencias entre ellos. Ya desde el momento del embarazo, el texto bíblico comparte con nosotros lo siguiente: Rivká, madre de ambos, tiene sensaciones extrañas en el embarazo. Dios le explica: “En tu vientre hay dos naciones, dos pueblos que están en lucha desde antes de nacer” (Bereshit 25: 23). “Los niños crecieron. Esav llegó a ser un hombre del campo y muy buen cazador; Iaakov, por el contrario, era un hombre tranquilo, a quien agradaba quedarse en el campamento. Itzjak quería más a Esav, porque le gustaba comer de lo que él cazaba, pero Rivká prefería a Iaakov” (Bereshit 25: 27-28).
No solo quedan acá diferencias. Nuestros sabios se encargan de enfatizarlas profundamente. “Cuando (su madre, estando embarazada) estaba parada frente a una casa de estudios, Iaakov se apresuraba en salir (…). Y cuando se paraba frente a una casa de idolatría, Esav se apresuraba en salir” (Midrash Bereshit Raba 63: 6). De hecho, Esav será en un futuro Roma, mientras que Iaakov será Israel. Quedando bien en claro las diferencias, ¿cuál es el planteo?
La educación es el arte de moldear a niños de acuerdo a diferentes parámetros: Programas curriculares, valores culturales y por sobre todas las cosas, el tan conocido “sentido común”. ¿Tiene algo en especial el sentido común? Si, algo fuertemente especial. Que es una construcción absolutamente subjetiva. Es una edificación cultural, que construye un sentido para que el mismo pueda reproducirse en la sociedad, pasando a ser, inadvertidamente, algo común. Lo que la gente dice, lo que la gente opina, aunque sea duro decirlo, no es natural, no es espontaneo. No es producto de, justamente, el sentido común.
Esav y Iaakov representan dos modelos profundamente diferentes. Si bien nuestros sabios se inclinan por Iaakov (y no tengo intención de hacer juicio de valor ni por ninguno de los hermanos ni por el camino que eligieron los sabios), vale la pena cuestionar hasta qué punto somos capaces de respetar la individualidad de cada uno.
Todos traemos un ADN, no solo genético, sino cultural. Este es el producto de nuestra primera infancia, de nuestros primeros aprendizajes, de nuestra propia cultura familiar. Luego, las instituciones educativas y la sociedad, a través de sus aparatos ideológicos, se encargará de: Potenciar, modificar, alterar, o anular. De acuerdo al contexto y al bagaje de cada uno.
“Educa al joven de acuerdo a su camino. Ni aun de anciano, se apartará de él” (Mishlé 22: 6). ¿Somos capaces de respetar el camino de cada joven, y potenciar sus facultades? ¿O más bien encasillamos a todos, exigiéndoles que se amolden a “lo común”, sabiendo que eso común no es sino una construcción cultural de un momento determinado?
¡Shabat Shalom!
Rabino Pablo Gabe
Kehilá de Córdoba, Argentina
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