Por Rab. Gustavo Surazski
Entre los diversos preceptos que son mencionados en nuestra Parashá, la Torá menciona la prohibición de prestar dinero a interés a nuestras hermanos (Halvahá BeRivit).
«Si prestaras dinero al pobre de entre mi pueblo que habita contigo, no te portarás con él como acreedor y no le impondrás usura» (Shemot 22, 24).
Aun cuando aquí se menciona al «pobre», dicha prohibición no hace distinción alguna en lo que respecta a la situación socio-económica de quien recibe el préstamo.
Rabí Menajem Mendel de Kotzk hace un exquisito juego de palabras respecto a este versículo, basándose en la cercanía lingüistica existente entre el verbo «Lilvot» (prestar) y el verbo «Lelavot» (acompañar).
Dice el Kotzker Rebe: «Si existe un dinero que acompaña (melavé) al hombre, ese es aquel que destinó a la tzedaká y a la manutención del «probre de entre su pueblo».
El Rebe de Kotzk fundamenta su comentario en las palabras de nuestros sabios en Pirkei Avot (6, 9): «Cuando el hombre abandona este mundo, no es acompañado ni por la plata, ni por el oro ni por las piedras preciosas ni por las perlas, sino únicamente por la Torá (adquirida en vida) y por las buenas obras (realizadas)».
Si resulta tan claro…¿por que razón la enorme mayoría de la gente corre detrás de bienes materiales y no detrás de buenas obras?
El Jafetz Jaim trae una hermosa parábola que da respuesta a esta pregunta:
Se cuenta acerca de un hombre que decidió abandonar a su familia en tiempos de sinsabores económicos.
Lllegó a sus oídos la noticia de que al otro lado del mar existía un isla en la cual las piedras preciosas brotaban de los árboles.
El hombre no pudo conciliar el sueño hasta el momento de su partida. Sabía que en aquel lugar encontraría diamantes en cada rincón. En pocos segundos podría llenar sus bolsillos con piedras preciosas y regresar a sus casa para asegurarle un buen pasar a los suyos por el resto de sus días.
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Al arribar a la isla, el hombre no pudo creer lo que veían sus ojos. Efectivamente, las gemas brotaban de los árboles y el suelo estaba tapizado de diamantes que reflejaban la luz del sol.
Comenzó rápidamente a llenar sus bolsillos con piedras preciosas, hasta que súbitamente fue atacado por el hambre. Ingresó al almacen más cercano, tomó de los mostradores algo de comida y de bebida y se acercó al dueño del comercio a fin de pagar la cuenta. Sacó de sus bolsillos un enorme diamante y dijo: «¿Tienes cambio o prefieres un diamante más pequeño?».
El dueño del almacén sonrío y le dijo: «Tú debes ser uno de esos turistas que llegan a hasta aquí para juntar diamantes…¿¡Con diamantes quieres pagarme!? Los diamantes no tienen ningún valor en nuestra isla. ¡Aquí nada tiene más valor que el shmaltz (grasa de ganso)!».
Al cabo de unos días, el hombre ya había olvidado la razón de su venida. Por las noches el hombre ya no soñaba con diamantes sino con el vulgar shmaltz. A horas de su partida, el hombre pensó que no tenía sentido llevar de regreso a su casa diamantes sin valor. Fue el hombre y vendió todos sus diamantes adquiriendo, a cambio de éstos, un puñado de shmaltz.
Al llegar a su casa su mujer salió a su encuentro. Es de imaginar cuál fue la expresión de su rostro al ver que su marido traía en su equipaje shmaltz en lugar de piedras preciosas.
Dijo el Jafetz Jaim: El hombre viene a este mundo y en lugar de invertir su tiempo en «diamantes», lo invierte en shmaltz».
Tanto el Kotzker Rebe como el Jafetz Jaim sugieren cuál es el verdadero sentido de aquel versículo que dice «La obras de beneficencia (Tzedaká) libra de la muerte» (Mishlei 10, 2).
Dice el Talmud en el tratado de Baba Batra (10ª):
Diez cosas fuertes fueron creadas en el mundo:
El peñasco es fuerte, (pero) el hierro lo raja;
el hierro es fuerte, (pero) el fuego lo ablanda;
el fuego es fuerte, (pero) el agua lo apaga;
el agua es fuerte, (pero) las nubes las transportan;
las nubes son fuertes, (pero) el viento las desparrama;
el viento es fuerte, (pero) el cuerpo lo aguanta;
el cuerpo es fuerte, (pero) el miedo lo doblega;
el miedo es fuerte, (pero) el vino lo desvanece;
el vino es fuerte, (pero) el sueño lo disipa;
y la muerte es (la) más fuerte de todas (estas cosas).
Y las obras de beneficecia (Tzedaká) salvan de la muerte, como está escrito: ‘Las obras de beneficencia (tzedaká) salvan de la muerte’ (Mishlei, 10, 2).
Las buenas obras no siempre logran extender la vida física de los mortales. Hemos visto a muchos hombres y mujeres justos cuyas vidas concluyeron antes de tiempo. Sin embargo, el Talmud nos dice que la Tzedaká es una herramienta para nuestra trascendencia; la Tzedaká nos libra de la muerte en un estricto sentido espiritual.
Ésos son los bienes que acompañan al hombre al final de sus días, tal como sugiere el Kotzker Rebe.
Que seamos merecedores también nosotros de una vida colmada de buenas obras.
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