Comentario de Parashat Reé, por el rabino Marcelo Polakoff, de la Kehilá de Córdoba, Argentina
Antes de entrar a la tierra prometida, Moisés repite en esta semana que es menester destruir la idolatría allí reinante. Esta insistencia realmente violenta que debe ser solamente entendida en su contexto (y con unos cuantísimos «peros») nos anima a reflexionar sobre estos difíciles tópicos, que lamentablemente siguen siendo cotidianos.
No es casual que uno de los índices más precisos del avance de las sociedades radique en la distancia que hay entre aquel que fue agredido y aquel que administra la justicia. Y aunque no haga falta decirlo pero no está de más el subrayarlo, aún cuando ese índice se respete, si en la administración de dicha justicia hay falencias de todo tipo, es evidente que la falta de confianza popular en tan esencial institución justamente vaya fortaleciendo la opción de la “justicia por mano propia”, vale decir la opción de la venganza, la de la justicia salvaje.
Es en este apabullante contexto cuando –cada tanto- se pronuncian voces aisladas (pero a veces muy significativas) apoyando la incorporación de la pena de muerte como si esta fuera la panacea para la solución al problema de la violencia. No hay estadística seria que avale semejante tesis, como tampoco existe una permisión neta desde la cosmovisión judía para aplicar tal castigo (o tal venganza, podríamos decir).
Aún cuando el texto bíblico esté repleto de situaciones en las que se sugiera la pena capital, la Ley Oral, básicamente a partir del Talmud, se ocupa tan concienzudamente de acotar su utilización que prácticamente quedó disminuida a un mero ejercicio teórico, sin ninguna relevancia para la vida real.
La fuente más clásica para ilustrar esta impresionante desavenencia entre las leyes escritas y orales se halla en la Mishná. Allí, en Makot 1:10 se enseña que: “Un sanedrin (un tribunal penal judío) que ejecuta a una persona en siete años es denominado un tribunal ´asesino´. Rabi Eleazar ben Azaria prefiere opinar que es uno en setenta años. Y Rabi Tarfón y Rabi Akiva señalaron que de haber estado ellos presentes en el sanedrin, nadie habría sido ejecutado jamás”.
Esta exagerada preocupación rabínica a fin de no aplicar aquello que en principio el texto de la Torá aceptaba, tenía vetas absolutamente curiosas. De entre todas ellas, destaco la que señala que si todo el sanedrin estaba de acuerdo con que el acusado era culpable, se decía que seguramente debía haber habido algún tipo de soborno, porque es muy sospechoso que exista consenso total. Y entonces, por el beneficio de esa duda, el reo se salvaba de la pena capital.
“Mía es la venganza -afirma Dios en la Torá (Deuteronomio 32:35)- yo pagaré; a su debido tiempo su pie resbalará. Porque está cercano el día de su calamidad, y lo que les está preparado se apresura.”
Pareciera ser que desde el punto de vista de la tradición judía, la venganza queda en todo caso en el inescrutable plano divino, y que lo que nos toca a los humanos tiene que ver con la justicia.
¡Shabat Shalom!
Rabino Marcelo Polakoff
Kehilá de Córdoba, Argentina
No hay comentarios