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AMARGA VENGANZA

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Comentario de Parashat Bejukotai, por el rabino Marcelo Polakoff, de la Kehilá de Córdoba, Argentina

Ese odio maldito que siento en las venas

me amarga la vida como una condena;

el mal que me han hecho, esta herida abierta

que me inunda el pecho de rabia y de hiel

                                               Del Tango “Rencor”

Amo el tango. Y éste, con letra de Luis César Amadori y música de Charlo, es uno de mis preferidos.

Es cierto que se llama “Rencor”, pero como el rencor y la venganza son parientes muy cercanos, me parecía un inicio apropiado para despojar a esta última de algunos de sus velos, matándola suavemente (ya verán que este intempestivo ingreso de lo mortuorio cobrará sentido dentro de unas pocas líneas).

No lo hago desinteresadamente. Sucede que muy a menudo se van repitiendo fenómenos que rozan la supuestamente merecida represalia con lo profundamente ilegal y -por sobre todo- inconducente.

Es que como humanos que somos, no estamos exentos de sufrir en carne propia las  afrentas de la inhumanidad de algunos que, ejerciendo lo más brutal de nuestro patrimonio, nos dejan enfrentados a los más duros de los dolores y a las más justificadas de las broncas.

Allí es cuando se nos presenta, prístino y  oportuno, el talante cínico del desquite. Y confesémoslo, el rostro femenino de la venganza se sabe dulce, muy dulce.

Ese concepto azucarado y sabroso quedó grabado en el acervo popular como una frase hecha, sin prestarse debida atención a su sentido original y completo. Lo escribió John Milton allá por 1652 en su obra “El Paraíso Perdido”, y la cita es así: “La venganza, aunque al principio es dulce, no tarda en hacerse amarga y recae sobre uno mismo”. Cuando redactó ese texto Milton ya estaba ciego, y sin embargo veía tan bien…

¿Quién no ha sido presa de dicha dulzura? ¿Quién se animaría a negar acaso que no ha sido un amante, por lo menos fugaz, de sus fulgurosos encantos? Desmentir la naturaleza instintiva de la venganza no ayuda. Todo lo contrario. Suponernos santos e indiferentes al deseo de responder con daño al dolor que se nos ha infligido, no soluciona la cuestión. Más bien la oculta.

Porque el problema central de esta violenta revancha no se halla en su sensación, ni en su fantaseo. El problema más acuciante es impedir que pase al terreno de los hechos. Ya que nunca es tarea sencilla combatirla. Y más todavía, cuando se disfraza de justicia.

Podrán desafiarme arguyendo que intencionalmente dejé de lado el principio bíblico de “ojo por ojo, diente por diente”, pero no es así. Bien leído, y de hecho es así como pasó a la legislación judía, ese texto lo que nos propone es proporcionalidad en la aplicación de la justicia. Se trata de un acto de balanceo en la reparación. Se busca que el castigo sea coherente con el delito. Entenderlo de manera literal no resiste lógica alguna, teniendo en cuenta que el versículo siguiente del mismo capítulo 24 del Levítico ordena que el que mate a un animal lo restituya, y no precisamente que el dueño del animal sacrificado vaya y mate a uno igual del vecino.

La venganza, sin duda, debe erradicarse con el ejercicio de la ley. Porque cuando esta funciona, cuando la comunidad en su totalidad es la que asume la responsabilidad de castigar al delincuente, asumiendo a la vez el rol de la parte damnificada, es cuando la venganza pierde sentido, y no sobrepasa la dimensión de un mero y explicable deseo.

No es casual que uno de los índices más precisos del avance de las sociedades radique en la distancia que hay entre aquel que fue agredido y aquel que administra la justicia. Y aunque no haga falta decirlo pero no está de más el subrayarlo, aún cuando ese índice se respete, si en la administración de dicha justicia hay falencias de todo tipo, es evidente que la falta de confianza popular en tan esencial institución justamente vaya fortaleciendo la opción de la “justicia por mano propia”, vale decir la opción de la venganza, la de la justicia salvaje.

Es en este apabullante contexto cuando –cada tanto- se pronuncian voces aisladas (pero a veces muy significativas) apoyando la incorporación de la pena de muerte como si esta fuera la panacea para la solución al problema de la violencia. No hay estadística seria que avale semejante tesis, como tampoco existe una permisión neta desde la cosmovisión judía para aplicar tal castigo (o tal venganza, podríamos decir).

Aún cuando el texto bíblico esté repleto de situaciones en las que se sugiera la pena capital, la Ley Oral, básicamente a partir del Talmud, se ocupa tan concienzudamente de acotar su utilización que prácticamente quedó disminuida a un mero ejercicio teórico, sin ninguna relevancia para la vida real.

La fuente más clásica para ilustrar esta impresionante desavenencia entre las leyes escritas y orales se halla en la Mishná. Allí, en Makot 1:10 se enseña que: “Un sanedrin (un tribunal penal judío) que ejecuta a una persona en siete años es denominado un tribunal ´asesino´. Rabi Eleazar ben Azaria prefiere opinar que es uno en setenta años. Y Rabi Tarfón y Rabi Akiva señalaron que de haber estado ellos presentes en el sanedrin, nadie habría sido ejecutado jamás”.

Esta exagerada preocupación rabínica a fin de no aplicar aquello que en principio el texto de la Torá aceptaba, tenía vetas absolutamente curiosas. De entre todas ellas, destaco la que señala que si todo el sanedrin estaba de acuerdo con que el acusado era culpable, se decía que seguramente debía haber habido algún tipo de soborno, porque es muy sospechoso que exista consenso total. Y entonces, por el beneficio de esa duda, el reo se salvaba de la pena capital.

La porción de la Torá de esta semana, «Bejukotai», enumera en su seno una larguísima lista de maldiciones y castigos mortales para muchos tipos de faltas, y mal leída puede llegar a entenderse como una apología de la venganza. Por ello hoy se justifican -y mucho- estas líneas disuasivas.

“Mía es la venganza –afirma Dios en la misma Torá (Deuteronomio 32:35) – yo pagaré; a su debido tiempo su pie resbalará. Porque está cercano el día de su calamidad, y lo que les está preparado se apresura.”

Pareciera ser que desde el punto de vista de la tradición judía, la venganza queda en todo caso en el inescrutable plano divino, y que lo que nos toca a los humanos tiene que ver con la justicia. No es poca cosa.

Es la que puede probar que no es lo mismo el que labura noche y día como un buey, que el que vive de los otros, que el que mata, que el que cura, o está fuera de la ley…

 

¡Shabat Shalom!
Rabino Marcelo Polakoff
Kehilá de Córdoba, Argentina

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