);

Preguntas Últimas

0

Por el rabino Marcelo Polakoff, de la Kehilá de Córdoba, Argentina

El juicio final se ha adelantado. De hecho, es inminente

Hay que ir poniéndose al día con urgencia suma, porque no queda tiempo por restar.
 
Vale la pena repasar una y otra vez acciones y omisiones, y no pretender siquiera por un instante que tal vez algún detalle -hasta el más nimio incluso- pueda ser pasado por alto.
 
Es final. Es implacable. Y tratándose -como lo es- de un juicio divino, inexorablemente no admite ninguna otra instancia superior. Es simple: no la hay.
 
Esta escena, de algún modo trágica, se viene repitiendo por siglos en la tradición hebrea, de manera irremediable, año tras año. 
 
Es que justamente, y paradójicamente a la vez, en el inicio de cada año nuevo, de cada Rosh Hashaná, aquella imagen de lo inapelable se presenta -a nuestro entender- bajo el formato de un juicio terminal. 
 
Somos llamados, uno a uno, a pasar bajo el cayado divino, para buscar que lo final finalmente se acabe, y que se postergue por otro año más, deseando pispear con azorada certeza que nuestro nombre haya sido nuevamente inscripto en el libro de la vida.
 
Por eso esta fiesta también se llama Iom Hadin, el día del juicio.
Y créanme que está llena de fuegos artificiales, pero que queman por dentro.
 
Nuestros sabios -ávidos de adelantarse a los acontecimientos- realizaron en el Talmud un ejercicio sublime.
Se asomaron subrepticiamente al estrado eterno, tomaron debida nota de las preguntas del tribunal y nos las entregaron como el mejor regalo de fin de año.
Son, según ellos, tan sólo seis, y aparecen en el primer folio de la página 31 del tratado del Shabat.
Se justifica saborearlas de a poco.
 
La primera ya de por sí es toda una revelación, porque probablemente esperaríamos otro interrogante. Ella dice: “¿fuiste honesto en tus negocios?”. Nada (o todo) de filosofía profunda o de formulaciones abstractas. Sencillamente si uno fue recto allí donde hay tantas posibilidades de no serlo. Si lo cotidiano era sinónimo de justicia, o de trampa.
 
La segunda pregunta sí pasa al plano más espiritual (¿habrá forma de llegar allí sin tener muy bien cubierto aquel primer plano supuestamente más profano?). 
 
La cuestión aquí es: “¿fijaste tiempos para el estudio?”. Un inequívoco llamado al crecimiento interior. Una apuesta por lo que potencialmente podemos llegar a ser.
 
En tercer lugar aparece la dimensión de lo trascendente. “¿Te ocupaste de tu descendencia?”. Vale decir si tu familia, aquellos que de algún modo te continuarán, fue foco de tu ocupación, o si estabas demasiado ocupado…
 
El cuarto interrogante se entromete con nuestro carácter. Y demanda: “¿anhelaste la salvación?”. Una clara apuesta al optimismo. Bien sabían esos maestros talmúdicos que los tiempos mejores comienzan siendo tales desde el mismísimo anhelo, y que empiezan a frustrarse precisamente en el instante en que son des-esperados. 
 
“¿Discutiste con sabiduría?” es la pregunta que sigue en la lista. No se trata de evitar las compulsas. Ni siquiera de ocultar los enojos o los desenfrenos. Se trata de saber si lo hicimos con altura, o si caímos a sus pies. Evidentemente la sapiencia se mide mejor con el termómetro de los infortunios que con las veletas de los remansos.
 
La sexta, y la última de las preguntas últimas, es clave. Y tal vez englobe todas las demás: “¿entendiste lo que se halla por dentro de todo?”. 
 
Atrapar el sentido de la existencia. Comprender el interior de las cosas. Captar la esencia de los seres sin quedarse en su maquillaje. La última pregunta, como era de esperar, vuelve al principio, retorna a los principios.
 
Quienes portamos la tradición judía seremos llamados a juicio cuando demos comienzo al nuevo año.
 
Las preguntas del Juez están lanzadas.
Contestarlas bien, antes de que llegue el tiempo en que finalmente se constituyan en finales, es ir mejorando de a poco el veredicto.
Es respondiendo cuando se renace.
Como con cada año, como con cada uno.

 

Rabino Marcelo Polakoff
Kehilá de Córdoba, Argentina

No hay comentarios