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En memoria del rabino Felipe Yafe (z´l)

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FELIPE Y SHEMAIA: DOS MAESTROS EN UNO

Sé muchas cosas de Felipe, pero la verdad es que no tengo idea si era “burrero”. No parece muy relevante, y sin embargo su nombre, Felipe, significa precisamente eso: “el que ama a los caballos”. Es claro que viene de dos palabras griegas: “philos” e “hippos”. Y tal vez, para quienes lo conocimos de cerca y lo quisimos tanto, no nos resulte extraña la imagen de un corcel cuando pensamos en Felipe, un rabino arrollador y acelerado como pocos, para quien no parecía haber freno ni rebenque que lo detuviera. Y vaya si hizo carrera…

Córdoba, mi pequeña tierra prometida, fue su primer destino (y quizás el más feliz). Desde aquel invierno del año 2002 en que pisé por vez primera estos pagos, pronunciar el nombre “Felipe” era prácticamente decir una brajá, una bendición. Sus cinco intensísimos años en La Docta dejaron una marca indeleble en la memoria de la kehilá cordobesa. No creo exagerar si afirmo que fue Felipe el que hizo renacer el judaísmo cordobés en la década del 80.

El peso de lo Masortí, -el movimiento que Felipe acercó a Córdoba- tuvo y tiene aún su especial sello de origen 45 años después de su llegada. Y cada vez que se daba una vuelta por estas calles, sus calles, la sonrisa se le ampliaba, así como le sucedía a cientos de personas con las que compartió su Torá y su hidalguía. Y eso que aquí sólo estuvo de potrillo, cuando empezaba a armar su preciosa familia junto a Debbie.

El peso de lo griego, en términos de lo académico, lo llevó a su doctorado en Estados Unidos, y más adelante a ser uno de los motores del seminario, con unos caballos de fuerza inagotables. Ahí fue cuando lo conocí, en los 90, como uno más de sus alumnos. Como moré y como decano, como Shemaia, su nombre hebreo, aquel que conectaba su escucha con la de Dios.

Felipe/Shemaia combinaba lo ecuestre y lo divino de un modo único. Como decano nos tenía a los alumnos a rienda corta, y lo que nos decía “beahavá” (con amor) era generalmente un “no”. Llegamos a tenerle bronca, tan solo para darnos cuenta más tarde de que cada uno de sus “no” era exclusivamente para exigirnos más, para sacarnos más el jugo, y para que apreciemos tantos otros “sí” que de otra manera no habríamos alcanzado. Como decano era un maestro. Y en el seminario se respiraba academia y espiritualidad, pasión y coraje.

Como moré, como maestro, era un decano. Los versículos del Tanaj tenían su voz. Y su manejo de los volúmenes y de las pausas era tan conmovedor que en el susurro casi imperceptible de algunos vocablos y en los gritos ensordecedores de otros, Felipe/Shemaia nos hacía escuchar la voz divina escondida en cada texto, esa que requiere de un verdadero maestro para poder ser apreciada en serio.

Siempre tenía en su mano un Tanaj pequeño, bien pequeño, pero él lo hacía gigante, y a medida que se sucedía la clase el libro y el moré crecían, y crecían, y las letras hebreas abandonaban las páginas de su minúscula biblia, y se esparcían por el aula que desvergonzadamente adquiría la dimensión de un universo entero.

Allí, en el Tanaj, en el capítulo 12 de Nehemías, donde más aparece el nombre Shemaia, se narra la dedicación del muro de Jerusalén, un evento festivo y de gratitud a Dios que incluyó purificaciones, una gran procesión de coros y músicos alabando a Dios, ofrendas abundantes, y el establecimiento de un sistema para la administración del Templo y el apoyo a los levitas y sacerdotes.

¿Por qué traerlo a la memoria ahora? Porque ese capítulo es como una especie de listado vital de Felipe/Shemaia.
Un RABINO con mayúsculas, dedicado a su pueblo, que amaba las fiestas, agradecido como pocos, puro, con su voz única, sus cantos, su acordeón o su guitarra alabando a Dios, sus abundantes comilonas, y su manera sagrada de administrar los templos en los que sirvió, y de preparar a los futuros rabinos y dirigentes.

No sé si se puede pedir más.
Felipe/Shemaia completó su carrera, y a través de su delicioso galope nos hizo escuchar la voz del Creador.
Su melodía sigue en cada uno de nosotros.
Y su memoria es sólo bendición.
Zijronó librajá.

Rabino del Centro Unión Israelita, Marcelo Polakoff

 

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