Desde el Centro Unión, le enviamos nuestro abrazo de nejamá (consuelo) a nuestra querida Marcela Zadoff y a su familia por el fallecimiento de su padre Nacho (z’l).
Que estas líneas que Marcela nos envió sean homenaje a su bendita memoria y también punto de partida de este dificil proceso de duelo:
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ETZ HAJAIM, EL ÁRBOL DE LA VIDA
Recuerdo para Nacho Zadoff (z’l)
El judaísmo es como una extensa mesa dulce, un menú de exquisiteces que se prolonga a lo largo de nuestro camino de vida para que tomemos de él los más deliciosos acompañamientos.
Por eso en los rituales del ciclo de la vida (brit milá, simjat bat, bar mitzvá, bat mitzvá, jupá y mavet) tomamos el compromiso de aportar a ese largo shulján aruj (mesa tendida) lo mejor que nosotros podamos dar.
Árbol de vida es el judaísmo, para aquellos que quieran cobijarse a su sombra. Nuestros más preciados edificios son “bait” como el beit a sefer, casa del libro que son los numerosos sitios de estudio, Beit Hamikdash que es la Casa Sagrada, nuestro templo, y ¿qué queda para ese lugar donde van a descansar los restos humanos después de la vida terrenal?
La vida de mi papá estuvo marcada por acontecimientos dolorosos que hicieron tambalear su relación con la comunidad. El más grave sin dudas fue el fallecimiento de mi hermano Marcos junto a Ariel Alfíe, en un accidente de auto en el que viajaban con dos chicos más de su edad. Cuatro familias profundamente afectadas conmovimos el cementerio y ante más de doscientas personas se apilaban las coronas de flores hasta dos metros de altura, sobre las tumbas recién cavadas de dos chicos de 20 y 21 años.
Entre tantas sensaciones, sin respuestas para dar, sentíamos la vergüenza de llevar dolor a las demás personas, un estigma que nos acompañó durante décadas. Sentir la vergüenza de llegar a un lugar y que nuestra gente, nuestra comunidad sienta dolor al vernos por el recuerdo de nuestra tragedia. Y allí donde los demás trataban de brindarnos consuelo, nos sabíamos aguafiestas.
Alli, en el cementerio, en Pesaj (5/4/88) y enterrando a su hijo, Nacho dijo NO.
Eligió que no quería una tumba, ni flores, ningún lugar para ser llorado. Quiso ser recordado sólo espiritualmente, por los momentos felices, sus dichos en idisch y los sanos consejos que supo dar. A los 90 años subió su alma sin ninguna ceremonia (era shabat) y por propia elección fue cremado.
El Quinto Mandamiento nos ordena honrarlo, mi hermana no dudó en obedecer. Si esa fuese la palabra sería más sencillo, pero honrar no es simplemente obedecer sino un desafío cuando un progenitor va en contra del ritual que marca la fe. El camino de la fe que es un sendero del bien, con la mesa de delicias a la par y el compromiso de seguirlo y sostenerlo.
En esta despedida les pido comprensión para mi viejo, en esta decisión equivocada. Les pido sea recordado como él quiso serlo y les pido que nadie más de nuestra Comunidad elija ir por fuera de los rituales de la bondad y la piedad, rituales que no son personales, son sólo una ramita más del Árbol de la vida.
Marcela Zadoff
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