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Acordando desacuerdos

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Comentario de Parashat Koraj, por el rabino Marcelo Polakoff, de la Kehilá de Córdoba, Argentina

En épocas de elecciones solemos ser testigos hasta el hartazgo de la extremadamente pobre calidad de nuestra clase política para llevar adelante controversias y debates constructivos. Pero esa clase no es la excepción, ya que todos nosotros como argentinos – de alguna u otra manera – no estamos muy entrenados que digamos en el arte del desacuerdo.
En la tradición hebrea, con casi cuatro mil años de práctica discursiva y hermenéutica, el tema de las disputas evidentemente también es disputado. Un texto talmúdico ilustra al respecto: “Toda disputa que es por una buena causa finalmente será fructífera, y la que no es por una buena causa finalmente no lo será. ¿Cuál es la disputa que es por una buena causa? La disputa entre Hilel y Shamai. ¿Y la que no es por una buena causa? La disputa de Kóraj y toda su asamblea”.
Kóraj (en castellano Coré) era el prototipo de aquel que polemizaba exclusivamente por cuestiones de poder. Y pese a disfrazar sus mezquinos objetivos con argumentos de alto contenido filosófico, la Biblia lo describe en el capítulo 16 del Libro de Números, como aquel que no hace más que trepar a fin de alcanzar una autoridad que le permita “servirse de”, pero jamás “servir a”. La disputa entre Hilel y Shamai, las clásicas bimilenarias escuelas rabínicas del Talmud, es –por su parte– un modelo a imitar. Ambas corrientes perseveraron en disentir durante tres años hasta que se definió que sendas opiniones eran válidas. De cualquier manera, en cuestiones de ley prevaleció casi siempre la postura de Hilel. ¿Por qué? El mismo texto responde señalando “porque eran amables y humildes, y analizaban también la opinión de su adversario”.
Esta virtud de la divergencia, embebida en un profundo reconocimiento a la pluralidad de las versiones, no era una mera postura simulada. Era un compromiso inexorable con la certeza de saberse humanos, y por ende, falibles. Era una puerta abierta al aprendizaje, aún si proviniera de un casual contrincante.
La palabra hebrea para definir semejantes discrepancias es majloket, un vocablo que proviene de jelek, cuyo significado es “parte, porción”. Un testimonio lingüístico que adelanta en su misma semántica la función más preciosa de todo debate: el repartir (y si se puede aumentar, mejor) las porciones de la verdad que han sido puestas en consideración.
No es poca cosa a la luz de lo que solemos escuchar. Es que – a Dios gracias – ya nadie discute las bondades del pluralismo. Hemos superado esa etapa, y no sin enormes costos. Lo que está ahora en el tapete tiene que ver con cómo ejercerlo, con cómo madurarlo. Precisamos avanzar unos escalones más. Los sabios judíos nos recuerdan con picardía que tenemos dos oídos y una sola boca para que nos quede claro que debiéramos escuchar el doble de lo que decimos…

¡Shabat Shalom!
Rabino Marcelo Polakoff
Kehilá de Córdoba, Argentina

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