Comentario de Parashat Vaierá, por el rabino Pablo Gabe, de la Kehilá de Córdoba, Argentina
La Torá nos regala, a lo largo de su historia, las aventuras y desventuras de muchos personajes. Adentrándonos en la historia del Pueblo de Israel, Abraham y su fe inquebrantable, que lo llevó a abandonar su casa, su tierra, para encaminarse hacia el lugar que Dios iba a mostrarle. La misma fe que lo llevó a colocar a Itzjak, ese hijo amado y buscado, encima de un altar para ofrecerlo en sacrificio a Dios. Abraham es el hombre de la fe. Iaakov, con sus bajas y alzas, es el más inestable de los tres. Engañador y engañado. Sufrió la mentira en reiteradas oportunidades. Aun así, pudo cambiar. Luchó con D’s y su nombre cambió a Israel (Aquel que anda Iashar El, recto ante Dios). Con todo, ambos tienen su historia y su protagonismo. Cada uno dejó su huella en la historia. Pero nos preguntamos, ¿Itzjak, qué nos deja? ¿Qué podemos obtener de él?
Parashat Vaierá nos enfrenta a un relato crudo, difícil, duro, que tiene como protagonista a Itzjak. ¿A Itzjak? Veamos un poco.
Abraham recibe la orden de Dios de llevar a su hijo a la cima del Monte Moriah, para entregarlo como una ofrenda. Sin dejar espacio a las dudas, Abraham lleva a su hijo y se dirigen hacia el lugar indicado. Coloca a su hijo en el altar y cuando está por bajar el cuchillo sobre su hijo, el ángel de Dios interviene. Le pide que no lo haga. Que no le haga absolutamente nada.
Abraham pasó la prueba. El premio es para él. A partir de ahí, nadie podrá superar una prueba de fe como la de nuestro primer patriarca. Y vuelvo a una pregunta anterior: ¿Dónde queda Itzjak en todo este relato? ¿Qué lugar ocupa en la cadena de los tres patriarcas? ¿Cuál es su mérito, su enseñanza?
Itzjak es un nombre que denota risa, sonrisa, alegría (Tzjok, en hebreo). Es un personaje que luego de haber vivido la Akedá, a manos de su propio padre, nunca dejó de reír. Enfrentó la vida como pudo, con una sonrisa. Pero hay algo más en él. Tuvo la particularidad de nacer en el medio de dos personajes ya mencionados, que han tenido vidas intensas. Pero Itzjak, por menos intensidad que tuvo, no dejó de ser profunda su existencia y su importancia.
Itzjak es el héroe desde el silencio. Es aquella persona que no se coloca en el centro, que la luz no se posa sobre él. O mejor, elige no posarse bajo la misma, porque cree que el trabajo en la vida puede hacerse desde otro lugar. Es la persona que “no sabe venderse”. Pero que, sin embargo, sabe que su trabajo es importante. Cree en él y no abandona ese lugar, por más que los lectores, injustamente, le reclamemos protagonismo. Pobres de nosotros y de todos aquellos que no podemos ver su importancia. ¿Qué hubiera sido de nosotros sí, luego de la Akedá, Itzjak hubiese elegido abandonar la fe y el camino de Dios? ¿Dónde habría ido a parar toda la herencia (material y espiritual) de Abraham, sin la presencia de Itzjak? ¿Habría existido Iaakov (Israel), sin Itzjak?
Cuando reclamamos protagonismo, cuando injustamente le digamos a Itzjak: ‘queremos ver lo que nos dejas como pueblo’, Itzjak nos viene a enseñar que existe otra forma de hacer las cosas. Sin tanta espuma, sin tanto humo. Con esencia, con sentimiento profundo y sincero. Itzjak es el eslabón necesario para que la historia haya seguido su curso. Y para que nosotros, ustedes y yo, estemos aquí presentes. Yo, escribiendo estas líneas. Ustedes, leyéndolas.
¡Shabat Shalom!
Rabino Pablo Gabe
Kehilá de Córdoba, Argentina
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