Por Marcela Zadoff
El querido Rab Baruj Plavnik (Z»L) nos enseñó cómo advertir la llegada del Shabat: es cuando dejamos de mirar el reloj y contemplamos el firmamento.
Amanece, anochece… como en la canción de «El Violinista en el Tejado», y así nos sentimos… por más que la torta suma velas de a una, ya no quedan ositos ni CDs, no funcionan viejos trucos de la infancia de nuestros hijos, que fue un suspiro.
El reloj es un artificio, un acuerdo entre partes del calendario. El cielo nos invita a buscar el sol en el este, confiar en nuevos amaneceres donde podamos disfrutar de la familia.
«Quisiera…» era el título con que la Morá Cuca Ratner (Z»L) nos instó, en aquel lejano 5º grado, a soñar despiertos y escribir.
Quisiera hoy de nuevo, quiero querer y creer.
Sueño con una kehilá de familias unidas, sin secretos.
Sueño que los hijos buscan y encuentran en sus padres la confianza y la buena fe, el diálogo sin secretos.
Que ningún adulto entreviste a nuestros hijos y les pida guardar el secreto.
A toda edad, pero más cuando son menores de edad.
No es una buena época para las entrevistas secretas.
Nuestros chicos del Colegio están en sus últimos años. Finalizando su adolescencia.
Los vemos entre chicos que apilaron 18 almanaques y que empiezan a manejar, a beber, a relacionarse.
Lo único que calmará el «idishe mame & pape attack» es un entorno apropiado y diálogo, mucho diálogo centrado en escuchar… nos toca escuchar todas las anécdotas hasta el final.
Para poder darles ese preservativo que necesitan, que usan o algún día usarán.
Por eso, en esta notita en dos tonos, sepia y esperanza, vamos por muchos Shabat con menos celus y más cielos, por muchos encuentros y nuevos tiernos amores, ilusiones, desilusiones, AMOR.
Que nadie nos prive de saber dónde y con quién están nuestros hijos. Reír sus chistes y amar sus miradas cómplices.
Y como decía Tato, mis queridos chichipíos, vermouth con papas fritas y good show.
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