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DE PECHOS Y MILAGROS

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¿Varones amamantando? En el Talmud se nos relata que un hombre quedó viudo con un bebé recién nacido, y que era tan pobre que no tenía dinero para contratar una nodriza. El texto afirma que ocurrió un milagro y que de sus propios pechos comenzó a brotar la leche para su chiquillo.
El debate que surge a continuación es fascinante. Rabi Iosef sostiene que ese hecho demuestra la maravilla de Dios, que altera las leyes de la naturaleza para atender los ruegos de una pequeña familia. Rabi Abaie, en cambio, ve con malos ojos que deba modificarse el orden natural para satisfacer esas peticiones.
A riesgo de parecer impiadoso tiendo a identificarme con el segundo pensamiento. ¿Por qué? Porque pareciera ser que el cosmos fue dado a luz por el Creador junto a una serie maravillosa de normas que el mismísimo Dios no suele alterar, salvo en rarísimas ocasiones. En este sentido, siendo los humanos sus principales socios, es tristísimo que tengamos que pedir la intervención divina para arreglar todo tipo de situaciones que de por sí podríamos solucionar por cuenta propia. En nuestro caso, tal vez, solo se trataría de que la sociedad tome a su cargo la atención que precisa el recién nacido, sin que ella recaiga únicamente sobre su empobrecido padre.
Estas disquisiciones vienen a tono de la fiesta de Janucá que la comunidad judía está viviendo en estos días, recordando lo sucedido en época de los macabeos, unos 165 años previos a la era cristiana, cuando un imperio greco-sirio había invadido Jerusalén y aledaños imponiendo una dominación no sólo militar sino también cultural y religiosa. En este contexto, la exitosa rebelión judía logró restablecer la soberanía pero lejos de recordar esa inusual victoria bélica, nuestra tradición nos impulsa a celebrar que al liberar el sagrado Templo se reencendió su candelabro con un aceite sacerdotal que en lugar de arder por un día se extendió a ocho, permitiéndose así preparar la nueva partida para que la llama no se vuelva a apagar.
Tal vez los milagros se realicen así, en esos pequeños actos humanos, cuando encendemos luces aún sin ninguna garantía, y más aún, con plena oscuridad alrededor. O cuando en serio nos tomamos a pecho el percibir que el fulgor de lo que hacemos va mucho más allá de lo que creemos.

 

 

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