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DE PROFESIÓN, RABINO

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Tras largos años de mucho esfuerzo, finalmente, el gran momento llegó. Aquel “seminarista” Gabriel Pristzker hoy es rabino, con todas las letras. Y tenemos el honor de contar con su trabajo en nuestra querida Kehilá de Córdoba. Por supuesto, conversamos con él, y aquí compartimos sus primeras sensaciones de esta nueva etapa que comienza en su vida…

¿Cómo viviste este último mes, que debe haber sido uno de los más intensos de tu vida?

«La verdad, si. Fue un mes donde lo que sentí es que se tensó la soga de lo que es la resistencia a la emocionalidad; debo reconoces que cierta ansiedad me abrazó. A nivel familiar, fue duro, pero como tengo un hijo y una esposa de oro, me bancaron todas. Primero tuve un «Pre Beit Din», y luego fue el Beit Din (tribunal rabínico), y a esta altura, la Hasmajá fue la semana pasada. Por momentos, tenía la sensación de que me estuvieran «apretando el cogote» (risas). Fue un mes de tensión y de ansiedad.»

¿Y elúltimo tiempo? ¿Los momentos previos?

«Creo que a su vez, este último mes, al menos en mi mochila de emociones y sensaciones, está ligado a los meses de mi experiencia de vivir en Israel, donde estuve lejos de mi familia, lo que suma otro nivel de angustia. Pasado Israel, yo sabía que en este año iba a ser la ordenación, pero no sabía cuándo, así que mantuve una gran expectativa dando vueltas durante todos estos meses. Cuando me avisaron finalmente que había llegado el momento, los tiempos se aceleraron, y tuve que sentarme a estudiar, prepararme, escribir. Tuve mucha gente que me ayudó con la preparación de mis trabajos, tanto en Córdoba, como en Buenos Aires: Mi amigo y colega, el rabino Diego Vovchuk, el rabino Marcelo Polakoff, Noe Previtera, entre muchos otros. Una de las personas que me ayudó como una especie de «coach» que me permitió expresar las emociones más alegres, y también las más angustiantes, fue Fernando Szwimer , un gran amigo de Buenos Aires. Y por otro lado, una de las últimas personas que me dio un gran espaldarazo, fue Teo Shocrón, que en un café por el Cerro de las Rosas me inspiró, me dio el empujón final. Además, recuerdo que, cuando llegué a Córdoba, comencé como seminarista, pero quedó en claro desde el principio que la Comisión Directiva del Centro Unión Israelita, encabezada por el Cdor. Hugo Waitman, quería un rabino. Ellos apostaron por mí, me dieron todas las chances, lo cual agradezco infinitamente, y hay una persona aquí en Córdoba que actuó como una especie de tutor, de consultor, que es Juan Machtey, una figura central en este camino que elegí. Pero a la cabeza, por supuesto, está mi familia; acompañarme no fue nada fácil, porque ese nivel dde tensión permea hacia la cotidianeidad. A la primera que debo agradecer es a mi esposa Paola, como ya lo hice públicamente.»

¿Cuál es la sensación interna que produce ese cambio tan repentino, de pasar de ser el seminarista a ser el rabino?

«Lo que más siento es tranquilidad. Siento que una especie de anomalía se cerró, se resolvió. ¿Por qué anomalía? Porque las tareas que desarrollo, semana a semana, clases semanales, encuentros con grupos, hoy mismo estoy por encontrarme con un grupo de estudio, el domingo acompañé a familias en duelo, hace 10 años también lo hacía. En conclusión, en el quehacer cotidiano, la forma no cambió; lo que cambió es la sensación de haber terminado y saldado una deuda que tenía conmigo mismo, con mi alma, con mi devenir, con mi historia, con mi elección, porque esto fue una elección que tomé libremente, 20 años atrás.»

¿Recordás cómo fue ese proceso hace 2 décadas?

«Con la inspiración del rabino Gabriel Frydman, sentí que mi vocación era esta, en el año 1994; pero oficialmente empecé a estudiar en 1996. Luego, me trasladé a Buenos Aires, viví allí 20 años, y me dediqué a la cuestión de enseñar judaísmo, a la docencia de los aspectos judíos que amo. En ese momento empecé a estudiar en el Seminario Rabínico, y tuve 2 o 3 interrupciones en el medio, por decisiones personales en cada uno de los casos. Ahora que cerró todo esto, realmente siento las aguas calmas. Hace pocos días, una persona muy querida me transmitió la idea de que al pueblo de Israel le llevó 40 años desde que salió de Egipto hasta llegar a su lugar de destino, ese fue el tiempo que necesitó para adquirir esa maduración, al igual que el tiempo que necesité yo en mi camino para obtener mi propia madurez. La conformación de mi familia fue una catapulta, un empujón; ser padre, perder a mi padre en el camino; cada uno de estos hitos, como a todos los Seres Humanos, nos hacen encontrar con nuestra propia esencia, tarea que no es nada fácil.»

¿Qué fue lo que te llevó a elegir este camino hace 20 años? ¿Cuál es esa especie de «click» interno que sentiste?

«Hay tres elementos que son nodales en esto, quizás entre muchas más, pero tres instancias, tres memorias, pueden explicar porqué terminé, finalmente, luego de terminar mi carrera en Odontologia, optando por la vocación rabínica.
Primero, por el hogar en el que crecí. Pesaj, las velas de Shabat en mi infancia y adolescencia; el colegio de donde egresé, el club en donde pasé años maravillosos de mi vida. Pasé por todas las instancias que esta comunidad tuvo para ofrecerme, como niño, como púber, como adolescente, como adulto joven, hasta que me fui a Buenos Aires. Es toda una vida, un trayecto, muy vinculado al judaísmo.
En segundo lugar, está el haberme cruzado en el camino del rabino Gabriel Frydman, como lo dije antes, que es mi mentor. Luego, la vida me regaló otros 3 rabinos más que son hoy mis maestros de cabecera: el rabino Marcelo Polakoff, el rabino Fabián Zaidemberg y el rabino Gustavo Suraszki. Ellos 4 son un pilar en mi vocación.
Y el tercer punto, se da en Polonia en 1994. Tuve la oportunidad de viajar por primera vez como marchante a la «Marcha por la vida», y hasta el día lo tengo presente: en un mismo día, a la mañana estábamos en uno de los campos de exterminios, y entré a una cámara de gas, y salí vivo. Ese salir vivo fue un cimbronazo. A las pocas horas, era Shabat y las velas sentí que brillaban diferente a cualquier otras velas que hubiera visto. Sentí en ese momento que el judaísmo tiene que ver con la vida, y no con la muerte; la muerte no natural nos es impuesta por los tiranos de turno. Esta celebración de la vida, que es el judaísmo, hasta el día de hoy siento ganas de contagiarla a otros seres humanos, llámense congregantes, alumnos, personas en general.»

¿Qué viene a partir de ahora? ¿Qué te imaginás en Córdoba, y en tu vida en general?

«Lo dije el miércoles en la Hasmajá, lo vuelvo a decir en esta entrevista, y será una primicia o adelanto de algo que diré en la ceremonia del próximo lunes: a nivel personal y familiar, hoy como rabino, como maestro, estoy en el mejor presente; nuestro deseo es hacer vida aquí en Córdoba, yo quisiera definir mi tarea rabínica como un «vehiculizador» para ayudar a encontrar sentido y trascendencia a aquellos que me elijan como rab, aquellos que me den ese lugar en sus vidas. Nuestros textos están llenos de eso: sentido y trascendencia.»

Tenés ahora la oportunidad de expresar tu primer mensaje como rabino por este medio, dirigiéndote a toda la Kehilá que te estará leyendo, ¿Qué les dirías?

«Voy a aprovechar que se acerca Jánuca en pocos días. Todos recordamos el milagro del aceite que se extendió 7 días más de lo esperado. Pero el milagro hoy es que nosotros seguimos celebrando Jánuca; los hechos de esta festividad ocurrieron alrededor del año 266 A.E.C., o sea, hace casi 2300 años. Y hoy lo seguimos celebrando. Habrá sido diferente en el Siglo XIII en la llamada Palestina o Polonia, o en el Siglo XI en España, o en Siria en el Siglo XVIII, o en Estados Unidos en el Siglo XX, hubo variaciones en las formas durante el tiempo, pero la esencia es que Jánuca, en este caso, y todo el judaísmo, tiene para darnos a nosotros pequeños destellos de trascendencia, y por eso elegimos seguir celebrando, y ese sí que es un milagro.»

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