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UN LEÓN EN SU GUARIDA

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En memoria de “Coco” Horbacovsky
Por el Rabino Marcelo Polakoff

Iehuda ben Teima enseñaba:
“Sé audaz como el leopardo,
ágil como el águila,
rápido como el ciervo,
y fuerte como el león
para hacer la voluntad de tu Padre Celestial”.
(Mishná, Pirkei Avot 5:20)

Leonardo “Coco” Horbacovsky emprendió su partida hacia el Olam Habá, hacia el Mundo Venidero, el pasado viernes 4 de agosto, y nos dejó a todos los que lo queríamos tanto con una sensación de perplejidad suma. No porque no supiéramos que desde hace un tiempo se le había venido encima una suerte de condena en formato de algunas enfermedades serias, sino porque estábamos acostumbrados a verlo sortear una y mil batallas.
Y aun cuando sepamos que esa contienda final representa para todos una derrota asegurada, son pocos los que convierten tal derrota en un derrotero. Coco, sin dudas, fue uno de esos privilegiados.

Repasando el Tratado de Principios del Talmud, el Pirkei Avot, me topé con esta lección de Iehuda ben Teimá, y se me hizo que tranquilamente podría estar dedicada a su memoria, porque percibo en ese texto un claro eco de sus días.

“Audaz como el leopardo”

Ya tenía en su cosecha varios años de askanut, de dirigencia comunitaria, pero hacerse cargo de la responsabilidad de presidir el Centro Unión Israelita en el momento exacto en el que su mayor sostén económico -vale decir el Banco Israelita de Córdoba- agonizaba, no era una tarea para nada sencilla. Es más, era casi una invitación a un desastre en la gestión dirigencial. Sin embargo, la audacia requerida la puso Coco conformando de inmediato una mesa directiva de emergencia que -a la larga-, logró sacar a flote a una comunidad que parecía sentenciada.
Conocí en primera persona acerca de su enorme osadía cuando a mediados de 2002 me recibió en el aeropuerto de Córdoba, mientras yo intentaba ver si esta ciudad sería nuestro nuevo hogar. La cosa no estaba fácil, por supuesto, pero palpar en vivo y en directo la intrepidez de Coco fue sin ninguna duda uno de los elementos básicos para definir mi “aliá” a estas benditas tierras.

“Ágil como el águila”

No sé muy bien cómo era jugando al basquet, pero dicen que se la pasaba más afuera de la cancha que adentro. De hecho, se cuenta que tenía el récord de cantidad expulsiones en un campeonato oficial…
Ahora bien, en términos de lo que las fuentes judías afirman acerca de las águilas, Coco de por sí tenía el torneo ganado.
La Torá nos cuenta que Dios cargó al pueblo hebreo durante su travesía por el desierto con el mismo esmero con el que un águila lleva a sus pichones. ¿Por qué? Porque parece ser que a diferencia de las demás aves que cargan a sus crías entre sus garras, el águila las lleva sobre sus alas, allí donde ningún otro pájaro puede alcanzarlas.
Así era Coco con sus pichones, con su familia. Los tenía siempre en lo más alto, protegiéndolos con todo lo que tenía (y con lo que no, también). A su amada Luisa y a sus hijos, y por ende a sus nietos. A los que tenía siempre cerca, y a los que a pesar de la distancia los abrigaba siempre en su amoroso y enorme corazón.

“Rápido como el ciervo”

En esta metáfora se me aparece la imagen del Coco amigo, ese tipo gigantón que tenía la habilidad de deshielar en un suspiro cualquier tipo de vínculo. Los pasillos de las instituciones centrales del judaísmo argentino son testigos mudos de lo que exclamo. Se ganó la confianza y el cariño de cada uno de los dirigentes porteños a los que sin falta acudía para generar todo tipo de apoyos para sus andanzas cordobesas. ¡Y vaya si los lograba!
Ya incluso fuera de la función comunitaria cotidiana hacía uso de sus contactos para seguir ayudando a la institución cordobesa que lo necesitara, más allá del Centro Unión. Y para ello se requería velocidad, la misma que utilizaba para responder rápidamente un llamado, para acudir a un amigo en desgracia, o para acercar distancias con quien se hallaba alejado.
Coco hacía gala de sus amigos, y sus amigos nos regocijábamos con él.
Décadas de amistad y decenas de amigos, varias décadas y varias decenas, son el fiel reflejo de un tipo cercano, querido, con el que realmente se podía contar.

“Fuerte como el león”

Sus padres, al elegirle el nombre, no le erraron. Se llamaba “Leonardo”, y por ende en hebreo “Arié”, o sea un león.
Y la fortaleza del rey de la selva no es una mera decoración entrelazada en su melena a modo de corona. No. Es una actitud de vida, que no radica en la fortaleza física, más allá de que Coco la poseyera durante muchos años.
La fortaleza leonina es la que se denomina “guevurá” y que implica mucho más que valentía; consiste en una combinación magistral de una serie no menor de virtudes.
Precisa de la paciencia indispensable para saber medirse, requiere del autocontrol que garantice evitarse probables derrapes, necesita tomar envión incluso en situaciones donde no hay tierra firme para apoyarse, y exige a veces mostrarse incólume cuando todo en realidad se desmorona.
Todo ese cúmulo de fuerzas desplegaba a diario Coco, que aún a pesar de estar casi sin aliento seguía demostrando por dónde pasaba lo realmente relevante, por cuáles vericuetos se encuentra lo que es principal y por dónde se halla lo que es secundario.
Ya casi domado por la enfermedad, con el paso bien cansino y con la respiración en cuotas, nunca dejó de visitar a su familia ni de compartir risas, abrazos, conversaciones banales, y hasta unos cuantos partidos de truco con los nietos. Casi hasta su último día. Con la debilidad corporal a cuestas, pero con alma de un león.

Me pareció que la última vez que en el sanatorio pronunciamos una brajá nos despedimos con la mirada, tratando juntos de que Luisa no lo percibiera. De paso, mencionemos aquí que sin ella -una leona- es evidente que Coco no habría llegado tan lejos (en días y en actos).

Repasemos: “audaz como el leopardo, ágil como el águila, rápido como el ciervo, y fuerte como el león”. Eso pide la Mishná por boca de Iehuda ben Teima. ¿Para qué? Para hacer la voluntad de nuestro Padre Celestial.

Nadie puede determinar con certeza cuál era la voluntad divina en cuanto a Coco. Pero no me parece desacertado afirmar que en lo que a él respecta, cumplió con creces.

Leonardo Coco Horbacovsky.
Ariéh.
Un león que ya descansa en su guarida.

Zijronó librajá. Su memoria es bendición.

 

 

 

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